Atraco

Los ricos siempre han podido permitirse el lujo de ser elegantes. La caridad, la generosidad, y hasta la condescendencia con los pobres, quedan bien y salen gratis. Pero los parias no tienen más patrimonio que la rabia, porque su miseria es fruto de la codicia de quienes tienen más y nunca tienen bastante. Por eso, suelen hacer papeles feos, que encarnan el rencor, la torpeza, el egoísmo. Ese es el papel que yo voy a representar aquí, pero antes les voy a explicar por qué.
Si mi voto valiera lo mismo que el de Sáenz de Santamaría, analizaría mi victoria con la preocupación de constatar que, después de haberles mentido tanto, los ciudadanos ya saben que a los mercados les importa un bledo que gobierne o no Mariano. Si mi voto valiera lo mismo que el de Duran i Lleida, celebraría la astucia de los míos, que apenas han esperado unas horas para imponer los recortes que han ocultado durante la campaña. Si mi voto valiera lo mismo que el de Martín Garitano, afrontaría el futuro con optimismo. Si mi voto valiera lo mismo que el de Josu Erkoreka, me sentiría, al menos, salvada por la campana. Si mi voto valiera lo mismo que el de Rubalcaba, estaría aterrada, lo confieso, ante el panorama de un congreso ordinario que consolidara el liderazgo de los grandes perdedores de la historia del PSOE ante el horizonte de la representación parlamentaria más endeble desde 1977.
Todo eso haría yo si mi voto valiera lo mismo que el de los demás, y quedaría como una señora, pero no me lo puedo permitir. Los parias, ya se sabe, somos rencorosos, torpes, egoístas, y la papeleta de IU que yo meto en la urna, siempre vale menos que otras. Esta vez, por ejemplo, ni siquiera la tercera parte de lo que ha valido una papeleta de Amaiur. Así, me permitirán que condense mi análisis del resultado del 20-N en una sola frase: la ley electoral es un atraco.
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