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Columna
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Aznar y Lukoil

Manuel Rivas

Fue una operación "audaz y fraudulenta". Así resumía Jesús Mota, en un libro titulado Aves de rappiña, tan difícil de encontrar como un urogallo, el proceso de privatización de las cinco grandes empresas públicas españolas. Telefónica, Endesa, Argentaria, Tabacalera y Repsol suponían el 15% de la capitalización bursátil del mercado español. La supuesta privatización fue, alrededor de 1997, una ocupación política de las joyas de la Corona por parte de pretores designados por Aznar. Algunas de estas empresas, como la Telefónica presidida por Villalonga, cumplieron el papel de matonismo financiero en la guerra mediática, pues no sólo se trataba de crear un frente informativo amigo, sino de hacer una buena tortilla rompiendo los huevos de la competencia. Cuando Villalonga dejó de romper huevos, fue inmediatamente fulminado, y experimentó en su propia carne uno de los axiomas del liberalismo cínico: "Cuéntale a tu jefe lo que verdaderamente piensas de él y la verdad te hará libre". En la misma época de simbiótico nepotismo liberal, se neutralizaron por medio también de okupas aznaristas los mecanismos de regulación, operación simbólicamente culminada con el público corte de mangas que el corajudo liberal Luis Ramallo, vicepresidente de la CNMV, dirigió al presidente de ese organismo y espeluznado liberal, Fernández Armesto. Por entonces, Yeltsin practicaba la ebriedad liberal. Putin era un hombre sobrio. Desmantelada la oficina del KGB, pensó incluso en trabajar de taxista, antes de hacerse zarista liberal. Cuando el antiguo espía llegó a presidente, encontró pronto un modelo perfecto para privatizar las grandes empresas procediendo con un alto sentido de la amistad. Me parece muy pertinente la creación de la comisión de investigación parlamentaria, propuesta por el despistado liberal Rajoy. Podríamos llegar a concluir, con liberal perplejidad, que Lukoil es un admirable invento español.

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