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Irene de Holanda obtuvo ayer el divorcio de Carlos Hugo de Borbón Parma

Soledad Gallego-Díaz

El tribunal provincial de Utrecht (Países Bajos) concedió ayer el divorcio a la princesa Irene de Holanda, de 42 años de edad, y al príncipe Carlos Hugo de Borbón Parma, de 41 años. Los cuatro hijos del matrimonio continuarán bajo la tutela compartida de sus padres, si bien Carlos Hugo sigue siendo responsable de su mantenimiento y educación. Al margen de esta sentencia civil, que permite que cualquiera de los dos vuelva a contraer nupcias en Holanda, prosiguen los trámites para obtener la anulación del matrimonio religioso. Tanto el tribunal eclesiástico de Haarlem como el de Utrecht han enviado ya su informe favorable al Tribunal de la Rota en Roma.

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«Aunque es la primera vez en este siglo que un miembro de la familia real holandesa se divorcia, con lo que eso significa de ruptura de la tradición, tan querida a los holandeses, los medios de comunicación de los Países Bajos no dejan de reflejar una cierta admiración por la «testarudez» y por la «valentía» de la hija segunda de la reina Juliana. Irene se casó con un católico contra viento y marea y se divorcia de él de la misma manera. Es, pese a todo, afirman algunos, una ejemplar «historia de amor».

Una historia de amor

Una historia de amor, desde luego, que ha levantado más polémica entre los holandeses que muchos asuntos de Estado. Un día de febrero de 1964, se enteraron estupefactos que la princesa Irene, segunda en la línea de sucesión al trono, se había convertido al catolicismo. La primera noticia, además, fue una fotografía publicada por un diario dé Madrid, en la que se veía a la joven y millonaria princesa tomando su primera comunión. El escándalo fue de órdago.La Constitución exige que los miembros de la familia real con posibilidades de acceder al trono pertenezcan a la Iglesia Reformada, como el fundador de la dinastía, Guillermo de Orange. Hasta el Gobierno del democristiano Marijnen celebró una reunión de urgencia.

Miles de personas se apiñaron frente al palacio real para intentar sorprender la llegada de Irene a quien su padre, el príncipe Bernardo, había ido a buscar inmediatamente a Madrid. Las emisoras de radio y las cadenas de televisión permanecieron prácticamente toda la noche en línea para informar a sus oyentes. En todos los corrillos se rumoreaba que la reina Juliana «lloraba de pena», pero nada hizo cambiar de opinión a la joven y decidida princesa, que anunció personalmente su compromiso con un príncipe católico, entonces medio español, medio francés, pretendiente a la Corona de España y representante máximo del carlismo: Carlos Hugo de Borbón Parma. Irene renunciaba a pedir permiso al Parlamento para contraer esta boda y se excluía así, inmediatamente, de la línea de sucesión.

Cuatro hijos

La ceremonia se celebró en Santa María. Maggiore, la iglesia española de Roma. Ni un solo miembro de la familia real holandesa asistió al acto, aunque para entonces Juliana que, como gustan decir los holandeses, es «antes madre que reina», le había dado ya su consentimiento y su apoyo.Dieciséis años después, la princesa Irene volvió a sorprender a todo el mundo: en octubre, del año pasado, cogió a sus cuatro hijos, Carlos Javier, los gemelos Margarita María y Jaime Bernardo y la pequeña María Carolina, y se instaló en el palacio de Soestdijk. La disculpa, una alergia de los niños, que les impedía vivir en Madrid, no engañó a nadie. Irene había decidido divorciarse de su marido y tampoco en esta ocasión le hicieron volver atrás los consejos de su hermana, la reina Beatriz, poco amiga de los escándalos familiares, ni las presiones de la Iglesia católica, preocupada ante las repercusiones que podía tener la eventual anulación de un matrimonio tan aireado en su época.

La princesa ha seguido impertérrita todos los trámites para «recuperar su libertad» y prosigue su vida normal en Amsterdam. Los niños van a un colegio internacional de esa ciudad y ella se ha dejado ver acompañada por un diplomático con el que algunos quieren volver a casarla. Discreta, sin hacer una sola declaración a los medios de comunicación, la princesa Irene, ojito derecho de la ex reina Juliana, espera la sentencia del Tribunal de la Rota.

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