Banca y Estado

Cuando los socialistas estaban a punto de ganar las elecciones en 1982, la derecha tenía miedo de que nacionalizaran la banca. Tanto era así que Felipe González tuvo que tranquilizar a esos sectores asegurando que el triunfo de la izquierda carecería de significado real. Sólo aspirábamos a que España funcionara, o sea, que las cartas llegaran a sus destinatarios, los trenes salieran en hora y las comisarías no fueran centros de tortura. Apenas unos años después hay en todo el mundo capitalista un clamor para que los gobiernos, sean del color que sean, nacionalicen su gestión, sus dineros, sus meteduras de pata. Si los gobiernos se avienen, es porque sin banca no hay Estado. Aquí quiebra el Ministerio del Ejército y no pasa nada, quiebra el de la Vivienda y no pasa nada, quiebra el de Cultura y no pasa nada, quiebra el de Trabajo y no pasa nada, quiebra el de Justicia y no pasa nada, y así de forma sucesiva. Pero si quiebra la banca nos vamos todos al cuerno. Pese a no haber un ministerio de la banca, la banca es la sustancia del Estado.
Junto a esta iniciativa nacionalizadora que recorre el mundo, se advierte también una corriente (todavía subterránea) dirigida a solicitar a la mafia que ponga en circulación el capital que tiene retenido en billetes de 500 euros. Ya se anuncian, de maneras más o menos sutiles, ventajas fiscales para ese dinero negro importante en las épocas de bonanza, pero indispensable en temporadas de vacas flacas. Quiere decirse que la mafia es otro de los pilares del Estado del que sólo nos acordamos cuando truena y ahora truena lo suyo. Queda la Iglesia, que afortunadamente goza de buena salud, como demuestra su presencia en todos los actos oficiales. Pero si pasara por dificultades, no sufra su Santidad, la nacionalizamos también (hasta que escampe), junto a la mafia y a la banca.
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