_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bicicletas

De los muchos problemas que alteran la plácida existencia del ciudadano, las bicicletas están resultando el más intratable. Contra todo pronóstico y sin causa grave, todas las partes implicadas están en pie de guerra: los propios ciclistas, por un lado, y por otro, los peatones y los automovilistas. Ni quiera las motos, omnipresentes, ruidosas, peligrosas e invasoras, provocan tanta animadversión.

La razón profunda de este antagonismo es tan sencilla como difícil de cambiar. Desde sus orígenes, las ciudades están concebidas para circular a pie o en carruaje. Las bicicletas son recientes y no pertenecen a ninguna de las dos especies aborígenes, aunque comparten rasgos con ambas, lo que redobla su alteridad.

Un fenómeno similar ocurrió en tiempos muy remotos, cuando existían los centauros, mitad hombres, mitad caballos. Aunque vivían en un medio literalmente bucólico, no contaban con simpatías entre los humanos, que los consideraban, en palabras de Apolodoro, salvajes, sin organización social y de comportamiento imprevisible. Lo que pensaban los caballos no nos consta. Ellos, por su parte, se negaban a integrarse en el mundo de las bestias, porque poseían raciocinio y también lenguaje oral. No eran malos de natural, pero sí excitables, y cuando se irritaban daban coces por detrás y puñetazos por delante, sin despreciar el uso de piedras y palos. A las buenas eran afables y juguetones y a veces llevaban niños a la grupa, pero no adultos, ni siquiera chicas. Mientras los centauros vivieron en la campiña y los humanos en municipios más o menos grandes, todo fue bien, pero cuando se juntaron, el resultado fue catastrófico, porque los unos exigían un trato igualitario que los otros les negaban por considerar que en su comportamiento intervenían actitudes y atributos caballares inadmisibles. Los célebres mármoles del Museo Británico dan fe de una cruel batalla. Hércules, que es la figura mitológica más parecida al alcalde de una gran ciudad porque acometía grandes empresas que solían acabar fatal, primero congenió con los centauros pero acabó cogiéndoles tirria. Ningún relato nos dice cuándo ni cómo se extinguieron los centauros, ni si su desaparición provocó pena o alivio entre quienes convivieron con ellos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_