Bildu

Ahora que todos hablan de Bildu, Bildu en realidad es lo de menos. Como la avidez y la irresponsabilidad de algunos políticos no conoce límites, el mensaje que se transmite a los ciudadanos es que cada gran partido tiene su propio tribunal. El Constitucional, según el PP, obedece al PSOE pese a que el Gobierno se alineara oficialmente con las tesis de la impugnación. Su fracaso ante una instancia superior consagra al Supremo, en la versión de la calle Génova, como el bueno de una película cuya machacona banda sonora -el presunto respeto a las decisiones judiciales- se parece cada día más al estribillo de Paquito el chocolatero.
Una vez legalizadas sus listas, el nombre de Bildu estorba. Apenas se menciona para identificarlo con ETA, con Batasuna, con los violentos, los terroristas, los asesinos. Y para oponerlo, por supuesto, a la voluntad de las víctimas, porque no en vano el día 22 hay elecciones. Los términos que sería razonable esperar en un debate democrático, palabras como derecho, justicia, igualdad, legitimidad, permanecen ausentes en un discurso que enfrenta, una vez más, a los buenos contra los malos, a ellos contra nosotros. Pero esta vez los abertzales no son los culpables. Ni los que han empezado.
La derecha española arrastra una deformación congénita, basada en la convicción de que este país le pertenece porque para eso lo ha heredado de sus antepasados, que la impulsa a confundir sus deseos con la realidad. Cuando dicha ecuación se ve alterada por cualquier factor, reacciona siempre con la misma violenta agresividad, como si de verdad creyera que su voluntad basta para desmentir la realidad, por más que ésta acostumbre a ser más terca que una mula. Yo, desde luego, celebro que Bildu participe en las elecciones. Porque es justo. Porque es normal. Y, sobre todo, porque es una victoria de la democracia.
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