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Caballé abre el Kremlin a la ópera

Doce iconos gigantes convierten en improvisado altar de la música la plaza de las Catedrales de Moscú

La plaza de las Catedrales del Kremlin jamás había visto nada semejante: por primera vez en la historia se convirtió en una inmensa sala de conciertos en la que cantaron Montserrat Caballé, su hija Montserrat Martí, la rusa Yelena Makárova y el joven tenor español Javier Palacios. La culminación del espéctaculo fue el minioratorio Marchen conmigo, obra de Vangelis reescrita especialmente para las campanas del Kremlin.El gran escenario levantado en el Kremlin fue adornado en forma de un enorme iconostasio con 11 iconos. La idea del director del proyecto, Yevgueni Guinzburg, es clara: la hermosa plaza, rodeada con sus cinco templos y con el campanario de Iván el Grande, se vio convertida ella misma en un gran templo, mientras que los 5.000 espectadores que la llenaban parecían estar frente a su altar mayor.

La sensación de estar en un templo debía de reforzarse en el público por el hecho mismo de encontrarse en un lugar sagrado de la historia rusa, testigo en otras épocas de la coronación de los zares y de diversas ceremonias a cuál más solemne. Este escenario fue elegido precisamente porque escuchar un concierto rodeado de obras maestras -como lo son las catedrales de la Anunciación y de la Asunción y del Arcángel San Miguel, que, junto con el campanario de Iván el Grande, forman el conjunto de la plaza- da otra dimensión a la música, segun Guinzburg. Como comentó un espectador, da vértigo pensar lo que han visto desde su altura esas campanas en sus más de seis siglos de historia.

La primera parte del concierto dirigido por el maestro José Collado estuvo casi monopolizada por Caballé, Martí y Makárova -Palacios cantó sólo una pieza- y dedicada al repertorio operístico clásico: Bizet, Puccini, Mascagni, Massenet. El único dúo -la barcarola de la ópera Los cuentos de Hoffman, de Offenbach- lo cantó Caballé con su discípula, la mezzosoprano Yelena Makárova, que es hija de la cantante rusa Yelena Obrastsova. La segunda parte, en cambio, estuvo consagrada a las zarzuelas y a las obras del compositor griego Vangelis.

El público moscovita conoce muy bien a Caballé, que hizo su primera visita a la capital rusa en 1974 con La Scala y cautivó a los fanáticos de la ópera con su interpretación de Norma. Regresó tres lustros más tarde con José Carreras, y desde 1992 visita Rusia todos los años. Los rusos también habían escuchado ya a Montserrat Martí, pero la novedad ayer fue Javier Palacios, tenor de 29 años, que tuvo una magnífica acogida en la plaza del Kremlin.

Tres son las obras del compositor griego Vangelis (cuyo verdadero nombre es Evangelos Papathanasiou) para solistas, coro y orquesta interpretadas ayer: Oración universal, Sueño y Marchen conmigo. "Yo, personalmente, siempre he admirado a Vangelis. Empecé a trabajar con él en el 93 en Atenas, con la suite El Greco, para recuperar un cuadro del famoso pintor", declaró Caballé al hablar de su colaboración artística con el compositor.

El coro que acompañó a la soprano catalana era especial: en él cantaban 150 niños enfermos y minusválidos, provenientes de 79 regiones de Rusia. Su presencia en la plaza de las Catedrales del Kremlin ha sido posible gracias a la Fundación Mir Iskusstva (El Mundo del Arte), organizadora de este espectáculo benéfico.

Entre los miles de espectadores que ayer asistieron al concierto había 1.500 niños minusválidos que vinieron especialmente a la capital rusa para presenciar el espectáculo. Pero hubo también algún rifirrafe con las autoridades. La multinacional de hamburguesas McDonald"s, que patrocina la alimentación de los niños invitados, se ofreció a servir gratis al público durante el concierto, pero la respuesta de las autoridades fue tajante: "El Kremlin no es un comedero".

Algo paradójico si se sabe que los altos funcionarios de la capital rusa se negaron a gastarse un duro en beneficio de los jóvenes disminuidos y exigieron que se les invitara gratuitamente. Y eso que sus bolsillos hubieran soportado sin mayores problemas el gasto que significaba pagar las entradas: costaban un poco más de 3.000 pesetas las más baratas, y 48.000 las más caras.

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