Cadena perpetua

No voy a comentar la sentencia. Ni siquiera voy a recurrir a las analogías, y que conste que la actualidad me lo pondría muy fácil. Pero esta vez no han sido los jueces en general, sino un juez en particular, y tampoco puedo describir mis sentimientos con una sola palabra. Mi estupor es un compuesto complejo, donde la indignación y la furia coexisten con el miedo y la tristeza, con el hielo y la náusea. Pero sobre todo, gracias al juez del Olmo, hoy siento una profunda desconfianza hacia el género humano.
Si estas cosas pasan, algo no funciona. Y no es una legislación, no es una política concreta ni una campaña de publicidad. Si un juez no es capaz de experimentar compasión por una mujer acorralada, cercada por la memoria del amor que la unió a su torturador, por el amor que la vincula a los hijos que este engendró en ella, la sociedad entera ha fracasado. Si un tecnicismo sirve para encadenar a perpetuidad a una mujer sola, desarmada, al terror y a la humillación, si en nombre de la jurisprudencia se la condena a seguir arrastrándose por las alcantarillas de su propio hogar mientras suplica por su vida, vivimos bajo el imperio de la barbarie. Si con la ley en la mano, patear a una mujer en plena calle cuesta 90 euros, amenazarla de muerte porque quiere divorciarse, solo 20, a lo mejor podría ahorrarme esta columna. Pero no me da la gana.
No voy a comentar la sentencia pero, ya que el juez del Olmo muestra tanto interés por la semántica, me gustaría hacer una aportación. En mi opinión, cuando un maltratador usa el adjetivo zorra en cualquier oración que incluya la perífrasis verbal te voy a matar, no significa exactamente ni "mujer astuta" ni "mujer que comercia con su cuerpo". Las estadísticas indican que lo más probable es que, en breve, signifique "mujer muerta". Ojalá no tenga que llevar a esta sobre su conciencia.
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