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Tribuna
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Cólico

Hace algunos días que arrastro el apasionante dolor de un cólico nefrítico, esa dolencia tan agradecida que tan pronto te tumba en la agonía como te mece en una nube de analgésicos. El cólico nunca provoca la ansiedad de la muerte, y sin embargo mueve a la reflexión enturbiada de la frágil máquina que nos sostiene. Basta una pequeña piedrecita perdida en las cañerías del desagüe para que volvamos a contemplar el cuerpo con la mirada perpleja ante lo desconocido. Habíamos aprendido a hablar con nuestras uñas, a vadear nuestras arrugas y a cosechar polvillo de colada en el ombligo. Pero el dolor nunca ha estado invitado a las fiestas de nuestro castillo de células, y cuando el dolor llega creemos que empezar a conocerlo es una manera de ahuyentarlo. Entonces sacamos nuestra deformación profesional y pedimos entrevistas a la piedra, analizamos el color de nuestras aguas y llenamos la mesa con revistas especializadas en el tema, como si la letra y el conocimiento fueran calmantes, cuando en realidad no hay nada más excitante que el saber incompleto.Coincide esa mirada interior hacía mis vísceras con la mirada exterior de] primer periodista de] espacio. El colega Toyohiro Akiyama se encuentra en estos días en la estación soviética Soyuz intentando comprender otro tipo de dolores más universales. La mirada exterior del periodista nunca ha sido tan lejana ni tampoco tan panorámica, y sin embargo el amigo Akiyama, viéndolo todo, no acaba en realidad de ver nada. También él se pasará los días analizando una enorme piedra dolorosa llamada Tierra, pero probablemente tampoco alcanzará a conocer las causas profundas del dolor interior del planeta o de los cuerpos. Creíamos que la mirada nos acercaba a la verdad, y sólo ahora advertimos que el de periodista es un oficio de Tántalo. Cuando creemos rozar la verdad ajena con la punta de los dedos nos invade la pegajosa ignorancia de lo propio.

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