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LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
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Complejo de inferioridad

Juan José Millás

Dejé de escribir novelas cuando mi maestro, Eduardo Mendoza, anunció la muerte del género, aunque él desde entonces las escribe a dos manos. Triunfó este invierno con La aventura del tocador de señoras, y se va a llevar el gato al agua este verano con El último trayecto de Horacio Dos. De modo que por la noche se me apareció mi madre en sueños y me dijo lo de siempre: que soy muy influenciable. Hago caso a los cabecillas y luego me dejan tirado.

- Acuérdate de la universidad. Abandonaste la carrera a medias porque los líderes estudiantiles decían que la universidad franquista era una mierda, y hoy son todos catedráticos o profesores titulares, con un sueldo fijo y vacaciones en agosto. Idiota, que eres un idiota. ¿No ves que el tal Mendoza quiere que os retiréis todos para no tener competencia?

Sólo me llamó idiota dos veces porque mi madre ignora lo de Cela, que dijo que el Cervantes era un premio lleno de mierda y al año siguiente se lo dieron y lo aceptó sin vomitar. Pero en su biografía no pondrá que recibió una caca

Sólo me llamó idiota dos veces porque mi madre ignora lo de Cela, que dijo que el Cervantes era un premio lleno de mierda (como la universidad franquista), y al año siguiente lo aceptó sin vomitar. Pero ya verán cómo en su biografía no pone que recibió una caca, sino que recibió el Cervantes, a secas. Las personas sin complejos son revolucionarias en las declaraciones, pero conservadoras en los hechos. Yo, si no hubiera tenido complejo de inferioridad, habría llegado a donde hubiera querido mamá. Pero a mí me reclama Ibarretxe la Seguridad Social y me hago de Sanitas (ya soy, por si acaso). Y no he invertido en Gescartera porque no me lo pidió Jaime Morey, pues me creo a ciegas las letras de la canción protesta. Que me dejo llevar, en fin.

Hace años, por ejemplo, leí en un libro sobre la autoestima que los cónyuges deberían tener cuentas corrientes separadas, y le propuse a mi mujer que abriera una para ella en el Santander mientras yo abría otra para mí en el Central. Al poco de esta separación progresista se casaron Botín y Amusátegui y nos reunieron a mi mujer y a mí sin comerlo ni beberlo. Total, nos dijimos, para tener cinco duros en cada banco, los juntamos y tenemos diez. Pues bien, a los dos días de tomar esta decisión macroeconómica y retrógada, van Botín y Amusátegui y se divorcian. Mi mujer se ha puesto al lado de Botín, porque es de Santander, y yo al lado de Amusátegui, porque me hace gracia. Pero es lo que dice mamá cuando se me aparece:

- Al final, os quedaréis sin las 50 pesetas. Los líos entre banqueros siempre los pagan los cuentacorrentistas.

Así que he decidido abominar de los líderes políticos y literarios y económicos y hacerme anarquista, como Sánchez Dragó, que simultanea el odio a las instituciones con tres o cuatro sueldos del Estado, y que acaba de denunciar con conocimiento de causa que los premios literarios están amañados. De momento, voy a comenzar a escribir este verano una novela, aunque sea una novela muerta. Los días que le toque a Maruja Torres llenar esta página, yo compondré una novela muerta y ganaré el Planeta para quejarme de que estaba amañado. Es más, estoy a punto de pedirle a Maruja que escriba ella mi columna, de modo que pueda dedicarme por entero a esa novela. Cuenta Leonard Mantz en Los secretos del cine que un día llegó Jack Lemmon hecho polvo al rodaje de La extraña pareja y pidió a Walter Matthau que le sustituyera en una escena:

- Pero si yo no soy tú, respondió Matthau.

- Nadie lo notará, eres muy bueno.

Y nadie lo notó. Nadie lo notará, imaginé que le decía a Maruja. Conoces mi sintaxis, mis tics, mis filias y mis fobias. Pero no me atreví. Ahora bien, cómo saber que no me atreví. Cómo averiguar si este artículo ha sido escrito por mí o por Maruja Torres, que ya no tiene que ganar el Planeta y está poseída por el vicio de la solidaridad. Ganaré el Planeta, pues, con una novela completamente muerta y después de ganar el Planeta me cagaré en el Cervantes, para que me lo den cuando todavía tenga edad de disfrutarlo. Aunque hay dos modos de ganar el Cervantes: cagarte en él o llamar hombre de Estado a Aznar. No sé cuál elegir. En todo caso, conste que, aunque soy anarquista, eso no quita para reconocer que el último libro de Ana Botella es de un rigor intelectual alucinante. Por cierto, que el periodismo ha muerto (a ver si los jóvenes se desaniman y estudian otra cosa, que cada vez hay más competencia). Mañana, Maruja, o quizá yo, que con este complejo no distingo cuándo escribo de cuándo soy escrito.

Emilio Botín y José María Amusátegui.
Emilio Botín y José María Amusátegui.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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