Contención

Los adolescentes son insoportables. Eso, que deberíamos recordar todos, porque fuimos insoportables antes que adultos, no excluye, como bien saben los padres y madres con hijos en esa edad agria, dolorosa, que sean muy sensibles, los más vulnerables. Los adolescentes sufren porque no entienden lo que pasa dentro de su cuerpo ni fuera de él, y ese estupor no se vence, no se doblega ni se somete. Hay que pasarlo, igual que la varicela, hasta que un día, las hormonas se equilibran, el cuerpo deja de crecer, el carácter mejora y los campeones de la impaciencia encuentran, más allá de los portazos y las lágrimas, una vida entera por delante.
No todos. Me pregunto qué espera de la vida una persona medicada con sedantes sin necesidad desde los 12 años, que tuvo que ganarse con su mansedumbre el derecho a tener la llave de su cuarto, que cobró en golpes sus faltas de disciplina y fue encerrada durante días enteros en una "sala de contención" forrada de goma negra, como una cámara acorazada sin ventanas ni ventilación. Me pregunto qué concepto tendrán de la sociedad los adolescentes "difíciles" -¿es que existen fáciles?- maltratados en los centros de acogida de la fundación O'Belén, en cuyas siniestras y privadas manos abandonaron sus responsabilidades quienes, en nombre de la sociedad, deberían haberlas ejercido. Las comunidades autónomas implicadas afirman que no conocían los hechos, pero son tan culpables como si hubieran participado en ellos. He aquí, una vez más, los espléndidos frutos de la privatización de servicios públicos que nuestra clase política confunde con la modernidad y la eficiencia. Ahora, eso sí, el resultado no se traduce en unas cuentas saneadas, sino en unas cicatrices imborrables. El maltrecho futuro de unos niños que merecían el amparo del Estado y encontraron a cambio una cárcel con paredes de goma.
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