Daba miedo

Un sujeto al que conocía vagamente se colocó a mi lado, en la barra del bar, y me dijo que había visto "algo". Entendí, por su expresión, que se trataba de algo sobrenatural, pero lo que había visto era el pánico en la mirada de Belén Esteban. ¿Cuándo?, pregunté por decir algo. Hoy mismo, dijo él, después de comer, en la tele, la cámara enfocó su rostro a traición mientras hablaba el moderador del programa, y juro que sus ojos despedían terror. ¿Terror a qué?, insistí yo. No sé, añadió mi interlocutor tras reclamar su gin-tonic, quizá a que todo lo que había conquistado se esfumara de repente, a que dejara de hacer gracia, a que el espectador cambiara de canal cuando abriera la boca, a que el espejismo se desvaneciera. No es un espejismo, argüí yo, se trata de una de las famas más concretas que he visto nunca. Pero ella, insistió él agitando los hielos, tal vez crea que puede desaparecer del mismo modo inexplicable en que se manifestó, lo vi en su mirada, una mirada con monólogo interior: no sé bailar, parecía decirse la pobre, no sé qué es el PIB ni el empleo neto ni el FED, no sé hacer juegos de manos ni contar chistes, no sé si soy del PSOE o del PP, de Comisiones o UGT, atea o agnóstica, católica o budista, no entiendo que produzca asombro el hecho de que sea capaz de matar por mi hija, como cualquier madre, ¿por qué se empeñan en hacerme millonaria?
Al día siguiente encendí la tele, busqué a Belén Esteban y juro que también yo le vi, durante unas décimas de segundo, el pánico y en su pánico vi el mío, y el de los analistas políticos y el de las autoridades económicas y el de los gurús de la Bolsa y el de Benedicto XVI y, si me apuran, el de toda la humanidad. Quizá, me dije, el éxito sin parangón de la chica residiera en haber devenido en metáfora de la impostura en la que vivíamos todos. Daba miedo.
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