Delirios
Hace unos días cené con una persona inteligente y encantadora que está haciendo un doctorado en una universidad francesa. Hablamos, cómo no, de la maldita gripe A, y dijo creer en las teorías de la eliminación, es decir, en que detrás de la pandemia está el siniestro propósito de reducir la población mundial de manera drástica. Y como prueba de ello citó a una ex ministra de Sanidad finlandesa, Rauni Kilde, que asegura tal cosa en un vídeo.
Kilde (que, en efecto, sostiene que el plan es liquidar a dos tercios de la humanidad) ha sido aupada en los últimos días al estrellato por esa caja de resonancia de necedades que puede ser Internet. Basta con ver su vídeo para darte cuenta de que es el discurso de alguien mentalmente trastornado. Y basta con documentarte un poco para saber que fue ministra en los setenta y que en 1986 sufrió un accidente de coche que acabó con su carrera. Desde entonces se ha hecho célebre por hablar con los marcianos; ha publicado varios libros sobre sus contactos con los alienígenas y asegura que los norteamericanos nos están metiendo unos chips en el cerebro para controlarnos. O sea, unas chifladuras paranoicas de manual. Pero, por desgracia, hay un montón de gente dispuesta a tragarse estas megalómanas intrigas de nebulosos malos que parecen sacadas de James Bond. Tenemos tal hambruna de certezas que nos encantan las teorías conspirativas, porque a fin de cuentas las conspiraciones le dan un sentido y un orden al mundo: consuela más pensar que las cosas tienen un porqué, aunque sea perverso, que sabernos regidos por la cruel indiferencia del caos.
Pero, ¿qué distingue esta irracionalidad de, por ejemplo, las histerias colectivas que condujeron a la quema de brujas? Que alguien educado crea en estos delirios es mucho más aterrador que la gripe A.
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