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Columna
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Despedida

El último día de 2007 sale mi última columna y hace idónea mi despedida, que creo oportuna porque las empecé a publicar hace más de 4 años, casi sin pensar y sin prever su duración, a raíz de la muerte repentina de Manuel Vázquez Montalbán, a quien dediqué la primera y hoy dedico ésta. A pesar del tiempo transcurrido, me consta que lo sustituí pero que no lo he reemplazado: un leve consuelo para quienes todavía no nos hemos reconciliado con su desaparición.

Desde el primer día procuré no separarme de la actualidad, aunque en la elección del tema y en su tratamiento no me sentí ligado a la inminencia de los hechos ni a su jerarquía, dos aspectos que el resto del periódico ya cubre con solvencia. Siempre pensé que el columnista, si existe tal categoría, ha de dejar constancia del lento desplazamiento de las actitudes y las percepciones, un fenómeno que, a diferencia del geológico, se produce en las capas más superficiales. Una columna, en el mejor de los casos, ha de ser un impreciso sismógrafo, algo así como la previsión del tiempo: igual de falible y de científica, porque se elabora a base de mirar las nubes y ver por dónde sopla el viento. No en vano ocupa el último espacio del diario para los que lo leemos de delante a atrás.

El ejercicio semanal ha sido educativo, interesante y divertido, tal vez para una sola persona. Algunas muestras de solidaridad, no pocas divergencias y unos pocos denuestos me confirmaron que fui leído, por lo que doy las gracias. También se las doy a quienes dentro y fuera del periódico me ayudaron a remontar la escasez o la incertidumbre y a solventar enojosos problemas logísticos.

Y para no pecar de modesto, acabo mencionando dos motivos de orgullo: no haber fallado ni un lunes y no haber utilizado ni una vez el fútbol como metáfora de la vida.

Nada más. Feliz año y hasta siempre.

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