Dudas

Pues lo siento mucho, pero yo no tengo nada clara la huelga de mañana. De hecho, estoy tan confundida que no sé si me alegrará que triunfe o que fracase. Y, para peor, tengo la sospecha de que al Gobierno y a los sindicatos les pasa lo mismo. Unos quieren que fracase pero, ¡ay!, no del todo. Los otros quieren que triunfe pero no demasiado (ya lo decía ayer José María Ridao en este periódico en un gran artículo). Puede que sea una bruta, pero el problema es que no me los creo. Ni a los unos ni a los otros.
Lo único verdadero, de una autenticidad tan sólida y pesada como el plomo, es la desastrosa situación económica, social y laboral de este país. Los comercios arruinados, las pequeñas tiendas cerradas brotando por las calles como setas. La creciente muchedumbre de parados, con todo lo que eso implica: hipotecas impagadas, casas perdidas, parejas que no pueden separarse aunque quieran hacerlo, familias que tienen que volver a trasladarse con sus padres o padres dependientes que hay que traerse a casa. Y toda esa sensación de inadecuación, de fracaso personal, de trampa sin salida e incluso de pánico que proporciona el desempleo prolongado. Por no hablar del vapuleo moral de los que sí trabajan, que, angustiados por la crisis, soportan sueldos miserables, condiciones feroces y recortes de todo tipo.
Porque es cierto que esta catástrofe económica la está pagando la gente de a pie. Y qué buena es la gente de a pie de este país: se está apretando el cinturón estoicamente. O quizá aterradamente, es decir, movidos por el pavor. El miedo nos nubla las entendederas. También a los sindicatos, también al Gobierno. ¿Sirve la reforma laboral para salir de la crisis? Ni el Gobierno se lo cree. Hacer huelga mañana, ¿será positivo o negativo? Ni los sindicatos lo saben. Sensación de barco a la deriva.
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