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Reportaje:

Farrah Fawcett-Majors: llega el último simbolo sexual de América

Juan Cruz

Las protagonistas de la serie televisiva norteamericana Los ángeles de Charlie, que Televisión Española emite en la actualidad, hicieron ayer escala en el aeropuerto de Barajas. Las tres son, en la pantalla, protagonistas igualmente exóticas de estos telefilmes de aventuras detectivescas. Sin embargo, es una, Farrah Facett-Majors, la que ha acaparado en Estados Unidos toda la atención de quienes buscan un nuevo símbolo sexual de la sociedad de consumo.

Cuando Farrah Fawcett-Majors apareció el pasado sábado en Televisión Española disfrazada de arriesgada detective de la serie Los ángeles de Charlie anunciando que quería tomarse una pizza, los establecimientos de comidas preparadas y las pizzerías de gran parte de España tuvieron que ponerse alerta, porque centenares de espectadores sintieron feroz la llamada de los jugos gástricos demandando pasta italiana.En el telefilme nunca se vio a Farrah Fawcett-Majors tomarse la pizza, mientras que los espectadores se sentaban a degustar la que creían comida favorita del principal símbolo sexual, comercial y social de Estados Unidos, trasplantada a España desde hace unas semanas para delicia de los que aún se duermen añorando a Marilyn Monroe, a Brigitte Bardot y a Claudia Cardinale.

Farrah, Fawcett-Majors no come pizzas porque está obsesionada con su hermosa dentadura. La tiene así, enorme, limpia y agresiva, desde los ochos años. «Mi cara era una cabeza pequeña y una dentadura desmesurada», dice ahora abriendo la boca con la misma parsimonia con que la abre otra dentadura mítica de Hollywood: Faye Dunaway.

La fascinación que tanto Faye Dunaway como Farrah, Fawcett-Majors han ejercido sobre los norteamericanos se debe, fundamentalmente, a la especie de belleza rotunda y comercializable que representan, pero también al nombre. Marshall McLuhan decía en el último número del Playboy americano que los personajes como Fawcett «no me ponen cachondo. Sin embargo, un nombre como ese pone cachonda a la gente. Tiene un efecto absolutamente mágico. No tienes que ponerte a pensar sobre él: simplemente, lo aceptas y lo tomas».

En España se ha vendido todavía muy poco el producto. En Estados Unidos hay más de seis millones de posters de Farrah, Fawcett-Majors en otras tantas habitaciones de adolescentes, ejecutivos o pordioseros. Libros, billetes, portarretratos, muñecas (Andy Warhol se ha comprado una muñeca de FF-M), champú, lacas vitaminadas, agendas, forman el arsenal de productos que llevan el nombre de esta industria de cabello rubio e imperturbable.

Para que la imagen se redondease aún más, FF-M no es sólo un símbolo sexual para los hombres heterosexuales, sino que también ha penetrado sutilmente en el área de obsesión simbólica de las mujeres homosexuales. En una de sus primeras películas, Raquel Welch, otro mito erótico made in USA, seducía a Farrah Faweett-Majors, quien, por otra parte, en su vida cotidiana, es una heterosexual pudorosa que odia la pornografía (Garganta profunda le pareció un horror) y que sabe que «con las mujeres la amistad por la amistad es posible. Con los hombres te reúnes para hablar de negocios o para hacer el amor».

Farrah Fawcett-Majors es, decía un entrevistado de Playboy, la primera dama de América, no sólo el primer símbolo sexual. En verdad, FF-M puede oscurecer fácilmente a Rosalynn Carter en cualquier celebración social a la que no acuda la mujer de Teng Hsiao-ping. Pero no es sólo la primera dama por esa razón, sino porque da cuerpo a la mujer media de Estados Unidos. ¿Tiene usted algún tipo de actividad política o social que le apasione y en la que esté implicada?, le preguntaron a la ángel de Charlie. «Tengo poco tiempo para eso, pero, sí, una cosa que hago mucho es no abandonar basura en las calles o en las playas.»

Para el espectador español, que ha buscado siempre la tercera dimensionalidad de su aparato de televisión, Farrah Fawcett-Majors cumple con todas las apetencias. Es la primera actriz del mundo que no necesita estar en un lugar frío o al aire libre para darle a sus pechos la turgencia que precisan para abandonar la absoluta redondez. Ella no hace ningún esfuerzo para lograrlo. Sólo se halla preocupada porque no se le piquen las muelas.

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