Enrique el Cojo
Figura del baile a pesar de su cojera, el maestro de artistas ha intervenido en la peficula 'Carmen', de Rosi

Enrique Jiménez Mendoza es quizá el único cojo que ha llegado no sólo a figura, sino a maestro del baile. En los últimos 53 años han pasado por su academia de la calle del Espíritu Santo de Sevilla casi todas las figuras del baile en busca de una perfección, un remate a su arte que sólo este hombre podía darles. Pero él se queda con los autodidactos, y admira a quienes, como Manuela Vargas, Lola Flores o él mismo, no reflejan en su baile maneras académicas.
Enrique, El Cojo, es personaje en Sevilla. Son 72 años en el mundo, 69 en la ciudad, 64 en el baile, 53 en la academia, dando clases lo mismo a Cristina Hoyos, que a Cayetana, duquesa de Alba, que a la japonesa Aichi Kasouwa, ganadora en 1983 del concurso que anualmente organiza el ayuntamiento. El hecho de que una japonesa ganara aquel concurso maravilló a muchos: "¿Y eso cómo es?", "No, es que ha estudiado en la academia de Enrique El Cojo", "Ah, bueno...". En Sevilla nadie se ha extrañado de que se le concediera la medalla de Bellas Artes, del Ministerio de Cultura. Más bien se ha pensado que ese reconocimiento ha llegado muy tarde.
Recuerdos de Sevilla
Enrique, El Cojo, no abomina de su apodo. Más bien le agrada. Lo arrastra desde que sufrió una parálisis infantil cuando era muy niño, cuando era el hijo pobre de unos cacereños que habían emigrado a Sevilla en busca de una mejor vida. El mismo es cacereño, pero sus más antiguos recuerdos son de Sevilla, de la calle de la Feria, donde entonces y ahora se instala los jueves un mercadillo de antiguo y los restantes días de la semana se consumen en la rutina castiza propia del barrio de la Macarena. Muy niño todavía sufrió una parálisis, de la que quedó como consecuencia un cuerpo pequeño, ligeramente contrahecho, y una ostensible cojera.
Eso no le impidió bailar, y bailar bien. Quizá su fuerte sea el movimiento de los brazos, el dominio con ellos del espacio, el dibujo de arabescos según un concepto personal y artístico de la geometría, muy a la cuerda de la Tía Juana de Jerez. Pero aunque ese sea su fuerte, aunque se le pueda reconocer en los brazos de las principales bailaoras, también sabe moverse, y taconear, y darles una gracia imposible a los movimientos de su cuerpo corto, rechoncho y cojitranco. "El baile sale de lo profundo de uno, y da lo mismo dónde se exprese, porque su expresión es válida siempre que uno lo deje brotar".
Y Enrique, El Cojo, ha dejado brotar el baile durante años con tal arte que por su academia de Espíritu Santo, 22, ha pasado casi todo el mundo que ahora es algo en el baile. Y además de profesionales o aspirantes a ello han pasado por allí personajes como Cayetana de Alba (¡qué buenas condiciones tiene esa mujer y qué bien aprende!) y extranjeros venidos de los lugares más extraños en busca de la diricil técnica del baile flamenco o de la sevillana. Se confiesa sorprendido por la sensibilidad de los japoneses ("lloran cuando bailan"), tanto como de la tenacidad de los británicos de la intuición de los italianos. Pero, a pesar de los 53 años que lleva impartiendo clases y del orgullo que vuelca al hablar de sus alumnos, así como del inmenso respeto que inspira entre ellos, confiesa sin rubor que nunca disfruta tanto como cuando ve un baile diferente, sin aroma de academia; un baile personal, "salido de dentro, hecho por sí mismo, como el de Lola Flores, el de Manuela Vargas, el de tantas otras".
Con 72 años se repone de una hemiplejía que le tiene apartado de las clases. Una jovencísima sobrina-nieta, Mari Carmen García, le sustituye al frente de la academia, mientras él consume sus días entre visitas al café Tropical, paseos por la calle de Amor de Dios y largas horas en casa en compañía de su hermana.
Volverá a bailar, pero mientras ese día llega se le puede admirar por su participación en la película Carmen, de Francesco Rossi. El suyo no es un papel tan largo como el de Plácido Domingo o el de Ruggero Raimondi, pero no es menos importante. Con él está el baile.
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