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Columna
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Esperpento

Y el 8 de junio, encima, habrá que oírles. Cuando los datos de la abstención recorran Europa, disparándose de este a oeste como un virus familiar, conocido y archidiagnosticado, contra el que no hay mascarilla que valga, todavía tendremos que oírles. Gane quien gane, el índice de participación será un fracaso por el que, en todos los países y lenguas conocidas, el Gobierno culpará a la oposición, la oposición al Gobierno, y todos a los jóvenes, al sistema educativo, a los medios de comunicación, a quienes dijimos no a la Constitución europea, a la crisis, a los bancos, cualquier cosa con tal de absolverse a sí mismos.

En Italia, a Berlusconi le deja su mujer porque le regala las joyas más caras de los escaparates a la primera miss de 18 años que se le pone a tiro, mientras sus ministros aplauden y le llaman machote. En el Reino Unido, los Comunes se las apañan para que los contribuyentes les paguen desde la comida del perro hasta el mantenimiento de la piscina, pasando por la factura del jardinero, hasta 800 euros en macetas. Y de España, ¿qué les voy a contar, si se diría que el mismísimo Valle-Inclán ha resucitado para escribir las crónicas del caso Gürtel? Si alguien tenía alguna duda del significado de la palabra esperpento, que mire a los bigotes de Álvaro Pérez. Porque en cada segundo que pasa mientras Camps no dimite, La Corte de los Milagros se nos va quedando un poco más corta.

Y ahora, cuando la realidad parece un disparate grotesco, demasiado obsceno y patético hasta para el talento de don Ramón, los líderes de esta Europa indigna de un prestigio en el que ya no creen ni los turistas japoneses, se ponen estupendos, miran a la cámara y afirman que tenemos que hacerla entre todos. Lo que pensarán los parados europeos al escucharles no puedo escribirlo aquí, pero ya se lo estarán imaginando ustedes.

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