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Columna
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Expertos

En enero de 1979, pocos días antes de que Jomeini volviera a Irán aupado por las masas, entrevisté al ayatolá en su refugio en Francia. Me pareció un viejo borrascoso y pétreo. Para hablar con él tuve que ponerme un pañuelo que no dejara asomar ni siquiera las cejas y mantener todo el rato mi cabeza más baja que la suya. Como Jomeini era un anciano menudo y estaba sentado en el suelo, esto me obligó a hacerle la entrevista prácticamente tumbada sobre la alfombra. Todo lo cual no me hizo demasiada buena impresión, para qué negarlo. Pero cuando regresé y escribí en EL PAÍS sobre esa banda de fanáticos recibí bastantes cartas de protesta de los lectores, porque, por entonces, Jomeini era considerado progresista y revolucionario. Y no se trataba sólo de los lectores de a pie: los especialistas hablaban maravillas de la revolución chií, y luego hemos sabido que los servicios secretos occidentales apoyaron a Jomeini, creyéndolo un fermento democratizador. Pero cuando el ayatolá llegó al poder empezó a cortar cabezas, instaurando un largo régimen de sangre y de plomo.

Hoy los iraníes vuelven a hacer retumbar las calles con su protesta heroica, como con el sha; pero, al contrario que entonces, ahora los expertos no hacen más que arrugar la nariz y desconfiar de Musaví y de la revuelta. Lo cual debe de ser una buena señal, porque los expertos y los servicios secretos siempre se equivocan. La pifiaron, ya digo, cuando Jomeini. Y cuando el muro de Berlín, y a la hora de analizar los síntomas previos del 11-S, y cuando armaron hasta los dientes a los talibanes o a Sadam Husein, considerándolos amigos de Occidente, y luego ya vieron la guasa que tuvo todo eso. ¿Que ahora dicen que Musaví y Ahmadineyad son dos caras de lo mismo? Estupendo: entonces hay que apoyar la algarada iraní, porque probablemente traerá la democracia.

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