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Augusto Assía, cincuenta años de periodismo

Juan Cruz

Augusto Assía, gallego de 74 años, cuyo cincuenta aniversario de dedicación periodística conmemoran hoy en Madrid sus compañeros en un almuerzo de homenaje, no había podido ayer escribir su artículo cotidiano «porque no me ha dejado el teléfono». Sentado en su despacho de la casa que ocupa en Madrid de martes a viernes -el resto de los días los pasa en Galicia, «en la Casa Grande de Xanceda»-, había pensado enviarle al director de La Vanguardia, donde colabora desde siempre, una de sus cartas sobre «la cuestión de las finanzas de RTVE, que es un tema de abrigo que no viene mal para este tiempo, aunque hubiera estado mejor la semana pasada que hacía más frío".

Detrás del nombre de Augusto Assía, que como todo el mundo sabe es un seudónimo, se esconde la identidad de Felipe Fernández Armesto, que hoy se define como «un ser humano que se halla lo más aproximado posible al perro, mi animal favorito, con cuya compañía disfruto». Como periodista, Augusto Assía cree que es «fundamentalmente un corresponsal». Y como esposo de una mujer política, María Victoria Fernández España, diputada de Coalición Democrática, es un marido típicamente gallego, según él, que en todas las discusiones políticas («se producen a cualquier hora del día») le da al final la razón a su cónyuge. El mismo tuvo la tentación política de que ha disfrutado su mujer, y en las primeras elecciones generales libres que hubo en este país después de la dictadura aceptó ser candidato por la circunscripción de Orense, representando al Partido Popular. Pero antes de que se produjeran los comicios dejó la lista y se volvió a refugiar en el periodismo. «Consideré», dice hoy Augusto Assía, «que no era compatible la libertad de escribir con la pertenencia a una formación política». Las cartas al director que, desde hace unos diez años, escribe Augusto Assía para La Vanguardia y para otros diarios españoles nacieron cuando en la prensa española parecía no haber otra alternativa para hacer una crítica al establecimiento administrativo que recurrir a esa fórmula, hoy habitual en los medios periodísticos nacionales. «Cuando volví a España», recuerda Augusto Assía, «después de mi interminable estancia como corresponsal en el extranjero, hallé que Fraga había hecho una ley de Prensa que abría bastantes posibilidades a los escritores, aunque subsistían viejos prejuicios y recelos sobre cosas que aún no podían decirse. Entonces surgieron las cartas al director. Usé la fórmula por primera vez cuando observé en la central de Correos, de Madrid, cómo unas vendedoras maltrataban a una súbdita portuguesa. Indignado, te escribí una carta al director de La Vanguardia; aquella carta se publicó, tubo bastante éxito, las funcionarias fueron trasladadas y, además, comenzó a acicalarse el aspecto, entonces sucio, de aquella oficina postal. Después no he tenido ningún éxito, pero yo he seguido escribiendo las cartas. »

Entonces, hacia el año 1970, «la vida municipal y las costumbres eran los únicos objetivos para la crítica», según Augusto Assía, «y eso lo veían muy bien los lectores». Hoy, como escritor de cartas y como observador de la vida política española, opina que «la cosa está fastidiada», aunque añade que a su edad de lo que mejor se puede hablar «es de esa agradable vista de los prados y las vacas» de la que disfruta en Galicia, cuando interrumpe su estancia laboral en Madrid. «He conseguido el ideal de los trade unions británicos: trabajar sólo cuatro días a la semana.» Augusto Assía ha sido, durante los últimos cincuenta años, corresponsal de La Vanguardia en Londres, Washington y Berlín. Durante la guerra civil española fue redactor-jefe de un periódico orensano. En el período de la guerra mundial vivió en Londres, como corresponsal del citado diario barcelonés, y el Reino Unido le condecoró al término de la contienda.

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