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Un francés intentará atravesar el Atlántico en un bote de remos

La capacidad humana para intentar nuevas hazañas parece no tener límites. La aventura y el riesgo resultan consustanciales a ciertos hombres y mujeres que tratan continuamente de lograr el más difícil todavía. Cuando acaba de terminar la regata transatlántica a vela Plymouth-Newport para navegantes solitarios y el mérito que se les ha podido atribuir a los participantes linda con el asombro, un francés de 34 años, Gérard d'Aboville, se apresta ahora a cruzar el océano Atlántico, en sentido inverso, en un bote de remos.

Gérard d'Aboville, constructor de barcos y apasionado por la navegación hace ya más de veinte años, tiene la intención de salir del cabo Cod, en la península de Providence, a pocos kilómetros de Boston, para llegar unos tres meses después a las costas de su Bretaña natal o a las de Irlanda, según le permita la mar, las corrientes y las condiciones meteorológicas. Para recorrer los 4.500 kilómetros, aproximadamente, del Atlántico norte, D'Aboville deberá remar en las jornadas con buena mar entre diez y doce horas diarias.El Capitán Cook, insigne aventurero y descubridor, es el nombre del pequeño barco, de 5,60 metros de eslora, 1,50 de manga y 150 kilos de peso, construido en madera prensada, completamente estanca e insumergible. Fue diseñado por D'Aboville, en colaboración con algunos amigos y con el apoyo económico de una fábrica de conservas. En el interior se ha encontrado sitio para una colchoneta donde descansar, una pequeña cocina y una especie de mesa para los cálculos de la navegación. El Capitán Cook posee también un aparato de radio receptor, pero no emisor, alimentado con baterías recargables por energía solar gracias a unos paneles instalados en la superficie del bote. En petición de socorro recurriría a una baliza especialmente preparada para conectar con las frecuencias de los aviones.

La soledad y la indefensión ante cualquier problema difícil de solucionar por él mismo volverán a ser los grandes obstáculos en los que Gérard d'Aboville considera solamente una experiencia y un posible logro deportivo. Sin embargo, cada día está más extendido que las hazañas y aventuras sean en solitario.

Lindbergh se hizo famoso cuando cruzó solo el Atlántico por el aire en su Espíritu de San Luis. Alfred Johnson, un danés, fue el primero en hacerlo por mar, mucho antes, en un velero llamado Centennial, de 6,09 metros de eslora. Tardó, en 1876, de Nueva Escocia a Gales, 46 días. También a vela, aunque con más de un tripulante, el récord absoluto actualmente ronda sólo los diez días. El norteamericano Philip Weld, de 65 años, ex editor de periódicos, que vendió todas sus acciones para dedicarse a navegar, ha ganado recientemente la Transat británica, regata de Plymouth, a Newport.

Exclusivamente a remo existen ya récords casi increíbles en la travesía del Atlántico, aunque en distintos trazados y sentidos. Seis desertores británicos tardaron de Santa Elena a Belmonte (Brasil), en 1799, con el Ship's Boat, de 6,1 metros, veintiocho días, es decir, a una media de casi 133 kilómetros diarios. Fueron los primeros y los más rápidos. Los pioneros en parejas fueron dos norteamericanos, George Harbo y Frank Samueisson, que con el Richard K. Fox, de 5,58 metros, invirtieron 55 días para ir desde Nueva York a las islas Scilly, al suroeste de Inglaterra.

El primero, un irlandés

Gérard d'Aboville sería el primero, si lo consigue, en llegar a las costas francesas en solitario, pues Tom McLean, un irlandés, alcanzó ya las suyas, en Black Sod Bay, a los setenta días largos de haber salido de Saint John, en Terranova, el 17 de mayo de 1969. Remó en el Super Silver, un barco de 6,90 metros. En sentido inverso, de Este a Oeste, el británico John Fairfax fue el primero en llegar, en 1969, desde Las Palmas a Fort Lauderdale, en Florida. Tardó 180 días con el Britannia, de 6,70 metros. Un año más tarde, un compatriota suyo, Sidney Genders, nada menos que con 51 años, logró la travesía más rápida, a una media de sesenta kilómetros por día, desde Senne Cove, en Cornualles, a Miami, pasando por la isla Antigua, en las Antillas.La vieja aspiración del hombre de romper barreras no cesa. Siempre en solitario, el japonés Naomi Uemura llegó con un trineo tirado por perros al Polo Sur; el francés Jean-Marc Boivin ascendió hasta el K-2 en el Karakorum himaláyico -la segunda montaña más alta del mundo, tras el Everest, con 8.6 11 metros-, y aunque perdió el 65% de la visión por el mal de la nieve, descendió al campamento base, en quince minutos, en un ala delta; el italiano Enzo Malorca y el también galo Jacques Mayol mantuvieron hasta hace poco tiempo una pugna por ver quién descendía más a profundidades de casi cien metros en apnea, es decir, conteniendo la respiración. Los ejemplos podrían ser muchos más. D'Aboville, en cualquier caso, parece tener más garantías de éxito que un dibujante publicitario peruano, el cual piensa salir de Recife, en Brasil, hacia Marruecos, en una balsa de troncos, al estilo de las «jangadas» utilizadas por los pescadores del noroeste del Brasil.

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