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Columna
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Fidel y Aznar

Manuel Rivas

El poeta más célebre de la generación Beat, Allen Ginsberg, visitó Cuba en los años sesenta y fue expulsado por criticar la persecución que sufrían los homosexuales en esa revolución que proclamaba la búsqueda del "nuevo hombre". Ginsberg murió en 1997. Dejó su Howl, el aullido poético que todavía retumba por los páramos de nuestro tiempo. Mientras tanto, Fidel Castro ha resucitado, como él mismo explica en una jugosa entrevista concedida a La Jornada de México. Y en su retorno me ha parecido ver un curioso parecido, dispensando, con el autor de Sandwiches de realidad. En las fotografías, el antiguo guerrero aparece ahora con una colorida camisa estampada. Lamenta la represión a los "diferentes" y asume una responsabilidad personal. Decía Ginsberg: "Nuestro objetivo era salvar al planeta y alterar la conciencia humana". El Fidel resucitado convoca a un gran movimiento antinuclear. No parece un loco visionario cuando alerta del peligro inminente de una crisis abismal provocada por la proliferación de armas atómicas. Y termina su charla al modo de un viejo hippie: "Paz y amor, colegas". No obstante, el Fidel resucitado sigue teniendo un problema de astigmatismo. No puede cambiar el planeta, pero podría cambiar Cuba. Empezando por autorizar la entrada de Amnistía Internacional. Pero, algo es algo. Internet favorece la propagación de la figura del doble. Ha relanzado la creación romántica del doppelgänger: el fantasma que cada uno lleva consigo. Nuestro candidato a gobernador honorario de Arizona, José María Aznar, cada día se parece más al personaje de La sombra de Christian Andersen, allí donde el personaje confía poderes a su sombra hasta que esta se apropia del original. El doppelgänger de Aznar se va apropiando de José Mari. Solo esto explica que cuando se empieza a hablar en serio de paz en Oriente Próximo, gracias a la mediación de Obama, nuestro doppelgänger se presente en Israel para atacar... a Obama.

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