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Columna
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Francisca

A pesar de la rabia general que provoca un asesinato de ETA, muchos ciudadanos hemos percibido con agrado el estilo con que el Gobierno vasco ha manejado este nuevo capítulo sangriento. No soy analista, ni tan siquiera hablo como columnista, mi percepción, en este caso, es la de cualquier española que lleva toda la vida sufriendo esa retórica política que sigue a los asesinatos. Los políticos vascos nos hicieron (también a los que no somos vascos) expertos involuntarios en el lenguaje de signos, silencios e intenciones encubiertas, así que hoy somos sensibles a cualquier cambio en el discurso. Y sí, el discurso que ofreció Patxi López a los ciudadanos (también a los que no somos vascos) tras el crimen tuvo un carácter transgresor. Los nacionalistas del PNV lo han considerado correcto pero con un exceso de épica. Bien, lo que para ellos fue "épico", otros lo definimos como directo, sensible, humano. ¿Y qué hay de malo en que la empatía con las víctimas supere a la habitual cantinela política en un duelo?

De cualquier manera, en su papel de oposición, nadie les discute el derecho a criticar a quien gobierna; en cambio, resulta chusco que entren a analizar las palabras de la viuda, Francisca Hernández, e incluso que pongan en duda su legitimidad para expresarse, viniendo a decir que la mujer no estaba en sus cabales. ¿No son conscientes de lo grosero que esto suena? Lo que a Francisca se le concedió, la palabra, a muchos les fue negado, de tal manera que cuando un familiar habla hoy en un homenaje a su ser querido está expresando lo que otros quisieron decir y no pudieron. La percepción que cada uno tenemos de la realidad nos distingue: a mí no me pareció sedada, sino digna y furiosa, como es lógico. Fue emocionante escuchar sus palabras, más que por el contenido, por el simple hecho de que pueda pronunciarlas.

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