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Columna
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George y Dios

Hasta que Obama se instale en la Casa Blanca y el saliente se largue, dejando para los otros su funesta siembra, disponemos de tiempo suficiente para fantasear sobre cómo hacer leña del árbol caído. Aun a sabiendas de que el nuevo presidente no va a gobernar para las izquierdas trasnochadas, sino para sus conciudadanos, que son tirando a moderaditos, qué gusto me producirá ver largarse a su antecesor, el Hombre a Quien Dios Hablaba. No existe motivo para suponer que Dios -si tuvo el cuajo de hablarle antes- vaya a silenciar la Zarza sólo porque Mary Biblias ha sido derrotado. Ocupado, pues, entre sus charlas con el Señor y las llamadas que recibirá de Aznar -el Hombre que Hablaba con el Hombre a Quien Dios Hablaba-, Bush Jr. no sentirá la soledad, por lo que conjuramos el peligro de que vuelva a la bebida.

Para la Historia queda el gran interrogante, que sus memorias no aclararán ni si las consigue escribir él mismo, personalmente, de su puño y letra, con su propia mano y sin comer galletas. Es decir: ¿Fue tonto y malo? ¿Fue sólo malvado o únicamente lelo? ¿Indiferente, cruel, neocristiano, torturador renacido? ¿Qué facetas de su carácter destacaría más, señor ex presidente? ¿Dice que la compasión? Lo siento, el puntero de la máquina de la verdad ha descendido varios metros. Qué tortura, esto de los interrogatorios. Aunque lo que tendría gracia es que le pillaran en Time Square, borracho y poseído por un marinero báltico, me conformaré con que ese Dios suyo le conceda el don de la más lúcida bondad. Para que recuerde cuanto mandó hacer en sus nombres -el suyo y el del de Arriba: "Hay un Padre más alto que me aconseja", dijo, y no se refería a George Sr.-, y que su conciencia le desgarre como lo haría la de una persona decente.

Que su vida sea larga. Y sus noches, también.

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