_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Guardiola

Existen dos clases de futbolistas: los que en el campo sólo ven piernas y los que sólo ven espacios. En su tiempo, Guardiola fue un futbolista sintético, que ahorraba tres jugadas con un solo pase. Su balón cruzaba el césped entre cuatro jugadores contrarios y el espacio se contraía en un punto donde lo recibía el delantero al que iba destinado. Ese lance sólo lo consiguen los futbolistas que tienen el swing de la geometría en los pies. Guardiola era uno de ellos y lo ejecutaba con el don de los deportistas superdotados, en los que la acción equivale al pensamiento. En cualquier club de fútbol existen tres problemas: uno en el palco, otro en el banquillo y uno más en el vestuario. El palco está a merced de unos tiburones, que se dan dentelladas en forma de abrazos bajo el escudo del club; el banquillo lo componen los jugadores titulares y reservas, listos para saltar al campo; en el vestuario se mueven esos mismos jugadores, que recién duchados se convierten en divos musculados, muñecos llenos de pasiones entre el heroísmo y la fatuidad. Se supone que un entrenador domina la técnica del fútbol. Lo difícil es sortear con habilidad los intereses de los tiburones del palco e imponer su personalidad en el nido de alacranes del vestuario. Nacido en un pueblo de la Cataluña profunda, Guardiola fue rescatado por los ojeadores del Barça cuando daba patadas a un balón en el patio de la Salle de Manresa. Llevado de chaval a vivir y a educarse como deportista en la Masía, desde su habitación veía el Nou Camp y esa imagen se hizo consustancial en su cerebro. Después de haber sido el gran futbolista sintético es el primer entrenador que no ha tenido necesidad de que nadie le explicara qué es Cataluña, qué es el Barça, qué es España. Con esa pinta de fraile de Zurbarán, incluida la capucha marrón, ahora Guardiola antepone como entrenador el análisis a la acción, pero ha aplicado la misma geometría, llena de swing, para resolver con un solo pase largo los problemas que el Barça tenía en el palco, en el vestuario y en el banquillo. Guardiola ha impuesto a sus héroes una medida humana, y una vez conseguido el equilibrio estable entre el músculo y la mente ha llegado la gloria. Así coronan los dioses a los elegidos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_