Guerrera

Sucedió hace un par de meses, en la mañana de un mustio y helador día de otoño. A una hora temprana y todavía oscura, Pilar, profesora en un instituto del barrio de Guinardó, en Barcelona, llegó a su trabajo e intentó entrar con su coche al aparcamiento del centro. Delante de la puerta corredera había una anciana. "¿Trabaja usted aquí?", preguntó la mujer. La profesora contestó que sí, y entonces la señora aguardó a que aparcara. Luego se acercó a Pilar y le dijo tímidamente lo que estaba buscando: "He venido a la escuela porque me gustaría aprender a escribir". Llevaba desde las ocho de la mañana pegada a la puerta a la espera de poder hablar con alguien.
La mujer tiene 82 años, se llama Mari y reside en un hogar tutelado para ancianos. Ahora Pilar va a su casa cuando puede y le da clases. A ella y a otras dos amigas de su edad que se han sumado. No sé nada de la vida de Mari, pero me imagino que no ha debido de ser nada fácil. Ninguna vida lo es, pero si llegas a los 82 años sin saber escribir, y probablemente leyendo fatal, entonces es que has sido especialmente pobre, especialmente marginada y desposeída, porque el primer derecho y la primera riqueza es la cultura. En el mundo hay 770 millones de analfabetos, que es cerca del 9% de la población, y el 64% de ellos son mujeres. Y en esta España tan supuestamente rica y ultramoderna tenemos 850.000 iletrados (un 2,3%), y la desproporción entre sexos es aquí todavía un poco mayor. Lo que quiere decir que por cada hombre hay dos mujeres y pico. Una de ellas, la muy guerrera Mari, que en el invierno de su vida decidió lanzarse a la calle una mañana oscura en busca de una escuela en donde la enseñaran. Cuántas veces habrá soñado con poder aprender. Y cuánta fuerza y cuánta inteligencia hay que tener para perseguir ese sueño hasta cumplirlo.
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