Hartazgo

Desconozco a qué partido vota mi empleada del hogar. Nunca se me ocurriría inquietarla con ese tipo de preguntas, aunque sí sé algo de sus profundas creencias religiosas. Desconozco cuál es la tendencia política del dueño de mi restaurante favorito, que tan amablemente me trata cuando llego a España, haciéndome sentir que el verdadero regreso no se produce hasta que no me pone delante su célebre tortilla "babosita". No entra dentro de mis curiosidades más urgentes saber de qué pie cojean mi asesor fiscal, los tenderos del mercado, los profesores de mi hijo, los que fueron sus maestros o sus canguros, el médico que le salvó la vida, mi ginecóloga, el camarero que me pone la caña, el dentista o incluso algunos profesionales del negocio del que vivo. No es falta de conciencia política, al contrario, es puro ejercicio democrático. Observas a la gente establecer sus relaciones diarias en base a cosas fundamentales como la honradez y la bondad (la vida depende de la gentileza de los desconocidos) o al interés económico o laboral. Finalmente, el mejor vecino se nos define por cómo se comporta, no porque te haga una declaración de principios en la escalera, como el inefable Juan Cuesta de la serie. La vida de la ciudadanía española vibra sobre un equilibrio que difícilmente se rompe, y es que, a pesar de todo, el interés general trata (todavía) de que aquello que nos une no se quiebre. Hay, según las encuestas, un hartazgo de política. Uno de los factores, señalan, es la desconfianza. Hace bien el ciudadano sensato en desconfiar de este ambientazo en el que cada noticia se presta de inmediato a un plebiscito mediático y los opinadores corren prestos a situarse enfrente del enemigo. Esa concordia a la que el ciudadano se aplica parece no significar nada para los que tienen presencia pública. Hoy la corriente ideológica dominante consiste en despreciar a cualquier individuo que no sea de tu pelaje. Exactamente lo contrario al esfuerzo que la mayoría de los ciudadanos practican. No sabemos dónde está el fin de esta tensión insoportable, pero lo preocupante es que los partidos y sus palmeros nos están contagiando. Dicen que no hablamos de política, cómo hablar si en estos momentos podríamos acabar a hostias.
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