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Columna
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Hazaña

Manuel Vicent

¿Resucitar? Esa hazaña está hoy al alcance de cualquiera. Basta con recoger los propios despojos, levantar con los brazos la losa que uno lleva sobre la cabeza, tomar un poco de impulso para saltar de la sepultura y comenzar a caminar sin volver nunca la cara atrás. Una vez realizado este hecho anodino hay varias opciones: uno puede aparecerse a su propia María Magdalena o simplemente regresar a casa o incluso ir directamente al garito y sentarse en la partida de póquer que dejó a medias, como si uno jamás hubiera muerto. La primera norma del perfecto resucitado consiste en no causar ninguna sorpresa cuando la familia te vea entrar de nuevo por la puerta o los amigos reciban tu llamada de teléfono para citarlos en el bar. A partir de ese momento todo son ventajas. Un ser que viene del otro lado de la tapia tiene derecho a gozar de absoluta libertad. Nadie puede echarle nada en cara a un redivivo, que ha sido juzgado en el otro mundo. No obstante, el resucitado corre el peligro de volver a las andadas si cede de nuevo su territorio y se deja atrapar por quienes en la etapa anterior de su vida se habían apoderado de su voluntad. Después de morir en la cruz Jesucristo bajó a los infiernos, pero al tercer día, un domingo de Pascua como hoy, salió de la sepultura con su cuerpo glorioso completamente libre, con capacidad para atravesar las paredes y estar en varios sitios al mismo tiempo. En su nueva vida se veía con María Magdalena cuando le daba la gana, comía a menudo con sus discípulos, quienes unas veces le reconocían y otras no, y cuando se cansó de estar en este mundo se fue al cielo. No obstante, sus fieles le tendieron una trampa. Con la intención de adorarlo comenzaron a construirle un templo suntuoso en la Tierra con muchos mármoles y le imploraron que bajara de las alturas a visitarlo. Eso hizo Dios y una vez dentro de ese recinto allí lo dejaron para siempre encerrado. Con un poco de esfuerzo cualquiera puede resucitar, aunque no haya muerto. Salir de la propia sepultura no tiene por qué ser más difícil que saltar un charco. Ahora bien, habiéndose quitado la lápida de encima, sería imperdonable quedar de nuevo atrapado. En evitar eso, y no en otra cosa, consiste esta hazaña.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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