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Columna
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Herederos

Desde el inicio de la historia han sido los artistas y los literatos, no los soldados ni los políticos, quienes han formado la sustancia íntima de una patria y han contribuido a que esa patria perdure en la memoria de las generaciones futuras. La Grecia clásica, y también la moderna, debe mucho más a Sócrates, a Platón y a Aristóteles, que a Pericles y a Epaminondas. La esencia de la antigua Roma radica en Virgilio, en Horacio y en Ovidio, no en Nerón, y sólo por ellos amamos todavía a Italia. Si a uno le queda cierto rescoldo de orgullo de ser español se debe a que en este solar tan inhóspito y cainita han nacido la Celestina, Cervantes, Quevedo, Velázquez, Goya y Pío Baroja. Por otra parte, toda Inglaterra puede resumirse en el nombre de Shakespeare, lo mismo que Francia equivale a Molière, Alemania a Goethe y Praga es inseparable de Kafka. Las escrituras de propiedad de predios y fincas, muchos de ellos robados o adquiridos fuera de ley, se han trasmitido de padres a hijos sin ninguna traba a lo largo de los siglos y los aristócratas de hoy, en muchos casos unos simples cantamañanas, heredan el título nobiliario de sus antepasados en legajos polvorientos. En cambio, los descendientes de Cervantes, de Shakespeare, de Goethe, figuras que dieron todo el prestigio y la memoria perdurable a una nación, se han esfumado en el aire sin un adarme de beneficio, ni siquiera moral. La propiedad intelectual se extingue a los 70 años de la muerte del autor y pasa a un acervo cultural, del que puede beneficiarse todo el mundo. En este caso se trata sólo de constatar el hecho de que el arte y la creación literaria han tenido tan poca estima en códigos y notarías, siendo así que El Escorial quedará en ruinas antes de que Don Quijote deje de cabalgar en el espíritu de la humanidad y que en el palacio de Buckingham crecerá hierba hasta la rodilla, mientras Hamlet seguirá vivo. Cuando más sañudos hayan sido algunos políticos, militares y aristócratas, sin otro mérito que el de haber contribuido al derramamiento de la sangre de sus ciudadanos, más reconocimientos y prebendas han dejado a sus herederos; por el contrario, si existe algún descendiente de Cervantes puede que esté encargado de subir la palangana en algún prostíbulo, como su abuelo.

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