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Columna
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Historia

Hoy, uno de septiembre, comienza el año laboral para infinidad de personas, que aún nos regimos imaginariamente por calendarios escolares. Venimos del verano, que en España es ese tiempo feroz en el que a miles de pueblos se les ocurre la inquietante idea de divertirse martirizando sádicamente a los animales. Y a eso lo llaman fiesta, aberración semántica que repugna mi inteligencia y mi corazón. Que a estas alturas del siglo XXI, y pretendiendo ser un país modernísimo y civilizado, sigamos teniendo esos usos propios de coliseo romano, es algo que no entiendo.

De modo que salimos de nuestro habitual verano de matarifes, este año especialmente caliente con las muertes ocurridas en los sanfermines y otros encierros: supongo que las truculentas escenas de esos hombres colgando de los cuernos deben de parecerles muy civilizadas a los que sostienen que todo esto es cultura. Pero lo peor es que dentro de dos martes, el día 15, como siempre en septiembre, estrenaremos curso con la fiesta más repugnante de todas: el Toro de la Vega de Tordesillas, que consiste en que cientos de verdugos persiguen y acuchillan a un pobre animal durante horas. Me indigna la gratuidad de todo: tanto sufrimiento, ¿para qué? Qué desconsuelo que los años pasen y los energúmenos vuelvan a salirse con la suya. Aunque lo cierto es que las protestas arrecian cada año y esos energúmenos son cada día menos. En Tordesillas hay mucha gente sensata que acabará imponiendo la razón, como se ha impuesto este año en el toro de Coria, que por primera vez ha muerto sin haber sido asaeteado por cientos de dardos. Creo en el posibilismo y esto, aunque a algunos les parezca poco, es un claro avance: mis aplausos. Por eso apelo a los muchos tordesillanos de bien: seguid el ejemplo de Coria e id acabando con este paroxismo de crueldad. Haced historia.

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