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Irene Falcón

Nada menos que la sombra de Pasionaria

Se ha sorprendido de que un periodista quisiera hablar con ella. "Si yo no pinto nada". Pero es la voz, los oídos, la mano derecha de la mítica Dolores Ibárruri, siempre en un discreto segundo plano, susurrando cualquier cosa a Pasionaria, que sonríe. Es su mejor amiga, una mujercilla insignificante, inquieta, tímida, que lleva con sorprendente agilidad sus 75 años. Nadie le prestaría la menor atención.

Y, sin embargo, es la persona que, tras Pasionaria, mejor conoce los interiores, la historia, los secretos insondables del PCE. LLeva 51 años en el partido. Ingresó con su marido, César Falcón, en 1932, y ahí sigue, "apenada por las cosas que están sucediendo", pero entera, discreta, silenciosa. Comprendiendo que éste ya no es el partido de José Díaz, que las cosas han cambiado mucho en medio siglo.Se llama Irene Falcón. Es una mujer frágil, parece que se va a romper en cualquier momento. Y, sin embargo, transmite una sensación de fuerza, de testarudez; probablemente se dejaría matar antes de acceder a comentar ciertas cosas internas con un extraño al partido, y menos aún si se trata de un periodista. A los 15 años trabajab a como ayudante de Ramón y Cajal, como traductora. A los 18, era corresponsal en Londres del vespertino La Voz. A los 20, fue fundadora de la Izquierda Revolucionaria Antiimperialista, que se integró dos años después en el PCE. Desde entonces se hizo amiga inseparable de Dolores Ibárruri. Con ella marchó al exilio, a París, a la URSS, en un increíble viaje vía Estados Unidos. En Moscú se educó su hijo, Mayo, hoy ingeniero, residente en la capital soviética. Allí también se convirtió en una de las principales animadoras de La Pirenaica, la emisora de radio que constituyó una de las pesadillas del franquismo, Se ha separado pocas veces de Pasionaria. En 1954 marchó a Pekín para poner en marcha un servicio de radio en castellano. Año y medio después regresaría a la URSS, tras haber incorporado el chino a la media docena de idiomas que ya hablaba con anterioridad. Ahora vuelve cada verano a Moscú, con Dolores, "para ver a la familia".

Ha -"hemos", corrige- escrito una historia del PCE, "bastante floja y sectaria", y cuatro tomos de Guerra y revolución en España, siempre colaborando con Pasionaria. Ahora escribe con ella la última y definitiva obra de la presidenta del PCE, Me faltaba España. "Pero yo sólo la ayudo".

Está, están, silenciosas, desorientadas. Durante el pasado XI Congreso del PCE, las dos aparecían algo tristes ante el espectáculo de división que ofrecía su partido. Permanecían inmóviles durante horas en la presidencia. Está siempre a su lado, susurrándole algo al oído, en segundo plano, mientras Dolores, 88 años recién cumplidos, asiente y sonríe. Aguantan, las dos, largas sesiones de comité central, de congresos, de comités ejecutivos. Cuando termina la sesión, cualquier sesión, la toma delicadamente del brazo -"vamos, Dolores"- y la lleva a casa, ignorada por todas las miradas, que se fijan en el andar todavía erguido de Pasionaria.

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