Indignados

¡Como que no iban a faltar los que en tono burlesco se refieren ahora a la protesta en las plazas de España! El Partido Popular hizo su lectura del asunto: son jóvenes que van a castigar al Partido Socialista. Es una manera torcida de interpretarlo; dentro de esa multitud de indignados estaba gente como yo, que no estuvo físicamente en una plaza, pero comparte en esencia esa indignación. En mi caso, y en el de algunos otros, sin aspirar a la revolución y conformándonos con algo más modesto: una democracia insulsa en la que no se permita el aprovechamiento del poder público, en la que no se ahogue a la sociedad civil a fuerza de convertir un país en el huerto de uno u otro partido; una democracia en la que se respire decencia. Decencia, esa es la palabra que resumía el sentir popular, y justicia, para que la crisis no recaiga sobre los hombros de los desfavorecidos.
Con esto vengo a decir que esa indignación ha castigado a Zapatero, por su empecinada falta de reconocimiento de la crisis, por la frívola manera en que tomó algunas medidas populistas, por su temperamento errático, por pasar, en un abrir y cerrar de ojos, de ofrecer sin sentido a quitar sin justicia. Pero, cuidado, eso no libra al Partido Popular de nuestra indignación. Las razones están bien claras: basta con leer los nombres que conforman su lista electoral; la burda manera en que ve refrendado sus capítulos de corrupción gracias al voto popular. Y casi diría que todos los partidos han contribuido a este desencanto. Cada uno, a su nivel, ha practicado el sectarismo y lo ha contagiado. La indignación sigue, aunque se desalojen las plazas.
Sería de agradecer que al definir al indignado no se echara mano del grueso estereotipo. Algunos ni tenemos flauta ni perro ni rastas. A mí, personalmente, me gustan esos tres complementos. Eso sí, por separado.
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