Insostenible

Nadie sabe cómo va a reaccionar ante una situación dramática. Nadie lo sabe. Más nos vale no presumir jamás de valentía. Pero sí se sabe algo de cómo se responde colectivamente a una catástrofe. Cuando se hablaba estos días pasados del ejemplar comportamiento del pueblo japonés, yo recordaba esos dos grandes atentados que viví de cerca, el 11 de septiembre neoyorquino y el 11 de marzo madrileño. Un sentimiento de solidaridad contagioso inundó las dos ciudades y no se puede decir que se produjera una respuesta histérica: a pesar de que Manhattan es una isla; a pesar de la inaceptable desinformación con que se gestionó el atentado de Atocha.
Sí que me pareció extraordinaria la manera en que los ciudadanos de Tokio reaccionaron ante la posibilidad de un corte de energía general que les dejara sin luz y sin calefacción en días de frío extremo. La iniciativa individual hizo disminuir radicalmente el consumo sin que interviniera la presión del Gobierno. Esa responsabilidad sostenida en el tiempo sí que tiene mucho que enseñarnos.
A raíz del accidente de Fukushima se ha generado un debate mundial en torno a la energía nuclear, pero parece que la controversia no va más allá de expresar si uno está a favor o en contra. Pocos parecen hacerse las preguntas fundamentales: ¿cómo vamos a llegar a 2050, año en el que se estima que habrá una población de 9.070 millones de personas, consumiendo al ritmo que consumimos? Somos conscientes de los peligros que acarrea la energía nuclear, pero no está muy claro que lo seamos también de que las energías renovables no satisfarían nuestro actual modelo de vida. Los ciudadanos de Tokio lo tuvieron claro durante varias jornadas: no hay mejor energía que la que no se gasta. Es gratis y es inocua. La pregunta es, ¿estamos de acuerdo en que nuestra vida, tal y como ahora la entendemos, es insostenible?
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