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Columna
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Insostenible

Parece haberse extinguido la especie de los científicos, periodistas e incluso primos que negaban el cambio climático. Ahora estamos en la fase de las grandes alternativas: "No niegues nada, pero no hagas nada". Muchos de los antiguos negacionistas se dedican a la difusión entusiasta de "falsos amigos" lingüísticos, tan nocivos como los gases de efecto invernadero. Cuando te hablan de "crecimiento sostenible" hay que traducirlo ya por "crecimiento simultáneo", una de las teorías mágicas del neoliberalismo: cómo incrementar el negocio aumentando y disminuyendo a un tiempo las emisiones. Ahí entra el truco del mercado de carbono, ese cambalache llamado también comercio de emisiones. Puede comprarse el derecho a la contaminación sostenible. Esa parece ser la componenda, ensayada en el pacto de Kyoto, que quieren desenvolver las grandes corporaciones y gobiernos timoratos. Otra estafa del capitalismo mágico es equiparar lo desigual. Para entendernos, el as Camps y la copiloto Barberá podrían adquirir los derechos anuales de emisión de metano de una honrada vaca cántabra para poder soltar sospechosos gases efusivos por el tubo del flamante Ferrari. El escritor Flaubert confesó en una carta al ruso Turgueniev: "Siempre he intentado vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda no deja de golpear sus muros, y amenaza con tirarla abajo". En lugar de inquietarse, hay magnates que desde la altura de la torre de marfil, se frotan las manos ante semejante marea. Empiezas por el comercio de gases de invernadero, y acabas creando un mercado internacional de escrúpulos. Mientras el lobby nuclear refuerza su campaña, vendiéndonos la nueva generación de reactores como fábricas de chocolate, en puntos de la costa italiana se van descubriendo barcos cargados de residuos radiactivos y hundidos por los servicios de limpieza de la mafia. Cuanto más cara sea la mierda, más negocio. Es la criminalidad sostenible.

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