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Columna
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Por Irán

He recordado estos días a un matrimonio al que conocí en La Habana a principios de los 90, durante una de las épocas isleñas más duras y aisladas. Al no disponer de información puntual para conocer de forma fidedigna cómo se desintegraba la antigua Yugoslavia, acudían a antiguos libros de Historia, para interpretar la actualidad.

En relación con Irán me siento un poco así, ansiando encontrar algo no nuclear, pero significativo, que me ayude a desenredar la madeja, de cejas para adentro. Porque es inútil intentar que encaje el puzzle de informaciones incompletas, enviados especiales censurados, corresponsales coaccionados.

Anteanoche me dormí pensando que lo primero que haría por la mañana sería buscar por Internet declaraciones de la autora del cómic Persépolis -qué hermosa película-, y exiliada en París. No hizo falta.

Al poco de despertar abrí este periódico y me encontré a Marjane Satrapi, en oportunísima entrevista, y su lectura me devolvió la sensatez que perdemos cada vez que avistamos acontecimientos lejanos a los que adjudicamos una envergadura demasiado fantasiosa; lo cual nos impide medir la importancia real de lo que ocurre. Lo que ocurre, contado con sus palabras y con una sencillez más emocionante que los alaridos de una multitud. Si se la han perdido, búsquenla. Rezuma sensibilidad: "Los que viven en la diáspora pueden tener grandes sueños, pero es la gente que vive en el país la que debe decidir". Y sentido común: "Lo realista es que si sólo se puede mejorar un poco, hay que hacer ese poco". Nada que ver con la rabia o el revanchismo o la ceguera que suelen nublar el buen juicio de los exiliados, ni mucho menos con los discursos que, desde el mismo París, lanzaba el ayatolá Jomeini cuando se disponía a cargarse el régimen corrupto del sah.

Pura y simple humanidad. Nada menos.

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