Justicia

Con esta innata propensión a la tolerancia y la mesura que nos caracteriza a los españoles, he aquí que estamos sumergidos una vez más en una batalla campal, ahora por Garzón. Nos encanta polarizarnos, dividirnos en hinchadas enemigas, helarnos el corazón unos a otros y escupirnos en los ojos, a ser posible.
Si fuéramos más normales, Garzón no tendría que ser tan puro como Juana de Arco o tan malo como Landrú. Por ejemplo, parece evidente que la Ley de Amnistía no ampara delitos de lesa humanidad. ¿Por qué no se van a poder perseguir los crímenes del franquismo? Hemos aplaudido actuaciones semejantes en otros países. Pero para mí también es evidente que un juez no debe mandar resbaladizas cartas al presidente de un banco: la prensa sacó fotos de esas cartas y, si no está falsificada, una dice adjuntar "la propuesta y el presupuesto" de un seminario. Y, aunque estoy segura de que él no se ha lucrado, creo que eso simplemente no se hace y que los favores, por pequeños que sean, crean lazos. Garzón, en fin, ha tenido actuaciones magníficas, y otras imprudentes y bastante torpes: recordemos las fotos de caza con el ministro Bermejo. Las cosas, como siempre, no son blancas y negras. Pero lo peor de todo este gorigori es la enorme sensación de arbitrariedad y sectarismo judicial que produce. Esta lluvia de causas contra Garzón, ¿tiene motivos políticos? Sin duda. Y la numantina defensa en torno a él, ¿es partidista? Pues también. Hay magistrados estupendos, pero la justicia española está bajo mínimos. Las asociaciones judiciales alardean de acaparar cargos para sus compañeros de ideología, el Constitucional está catatónico, los partidos crían a sus pechos lustrosos rebaños de dóciles jueces. El 65% de los españoles creen que la Justicia está politizada. Y cuando la justicia no parece justa, nada funciona.
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