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Columna
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Locuras

Rosa Montero

El sábado estuve en la inauguración del Centro Cultural Niemeyer en Avilés. Es un hermoso espacio retrofuturista, es decir, es el futuro tal y como se concebía en los años sesenta, el futuro convertido en pasado y elevado a clásico. Un proyecto que, donado por el mítico arquitecto brasileño, ha sido construido en el tiempo récord de tres años y en plena crisis.

Algo debe de estar cambiando en España para bien cuando nos atrevemos a estas locuras. Nuestro país siempre ha estado lastrado por una visión muy pequeña de la realidad: medrosa, localista, algo cazurra. Lord Byron decía que tener como figura nacional a Don Quijote había hecho que los españoles repudiáramos las ideas rompedoras y grandiosas por un miedo patológico a hacer el ridículo y a que nos consideraran unos chiflados. Puede que tuviera razón, y también puede que sea más difícil soñar cuando estás hambriento (hemos sido muy pobres). Lo cierto es que aquello que admiramos en otros lugares, como el esplendor de las obras civiles en París, por ejemplo, aquí siempre se ha discutido hasta la saciedad: "Cómo se les ocurre meterse en esos gastos superfluos y faraónicos, con las necesidades que hay...". No digo que no haya obras públicas aberrantes e incluso corruptas. Pero me parece que muchas veces las protestas obedecen a un prejuicio lamentable: el de creer que solo es útil aquello que es práctico, y considerar que el arte y la belleza son productos de lujo prescindibles.

Yo pienso, por el contrario, que la belleza es una inutilidad absolutamente necesaria para el ser humano; que forma parte de nuestra estructura básica; que nos hace mejores personas, mejores ciudadanos y más felices. Todos tenemos una parte creativa, como dijo Antonio Garrigues en la inauguración, y maltratar esa creatividad, añado yo, solo puede traer frustración y miseria.

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