_
_
_
_
_
Reportaje:

Revelaciones sobre la vida de Somerset Maugham, un escritor mítico de este siglo

Juan Cruz

Somerset Maugham es, en efecto uno de los grandes escritores olvidados, uno de los best-sellers más importantes que ha habido en la historia reciente de la literatura. Su larga vida -superó los noventa años de edad- y su obra ingente han ocultado aspectos de su biografía que ahora han sido revelados por su sobrino Robin Maugham, un escritor británico que vivió años en España. Las suyas son unas memorias ingenuas y divertidas en las que aparece la grandeza y la humildad de la vida cotidiana de un personaje a la vez recluido sociable.Somerset Maugham era un homosexual que reprimió con humor sus inclinaciones naturales. Su tartamudeo crónico, su timidez y los temores que sus inclinaciones sexuales le infundían cuando estaba en contacto con un público abundante, lo convirtieron en un ser irritable y secreto. Contrajo matrimonio para darle a su biografía un componente heterosexual que en realidad era mínimo. No ocultó sus tendencias en privado, puesto que mantuvo a su lado a lo largo de gran parte de su vida a su secretario, Gerald Haxton, cuya presencia siempre le resultó más grata que la amistad que le proporcionó su esposa Syrie, de la que se separó pronto y con la que vivió las escenas cotidianas que le dan a su espíritu conservador y puritano un cierto aire de mezquindad de nuevo rico. Aire al que ella tampoco era ajena.

Era un hombre atormentado, obseso por la idea de la muerte. «¿Sabes? -le dijo a su sobrino Robin en una ocasión, al final de su vida-. Estoy a las puertas de la muerte. El problema es que tengo miedo de llamar para que me abran.»

Y también era un hombre atormentado porque su obsesión era la gloria -la gloria literaria, la gloria personal- y siempre creyó que la importancia y el dinero que logró en vida no eran lo suficiente como para compensar sus deseos.

«¿Cuál es el recuerdo más feliz de tu vida?», le preguntó Robin Maugham en una ocasión. Somerset, autor de éxito, creador de una obra que no estaba mal -El filo de la navaja, De la bondad humana, El velo pintado-, visitador empedernido de los cenáculos aristocráticos de La Riviera, amigo de familias reales, y entre ellas de la nobleza española, y displicente ocupante de un viejo Rolls, contestó sin amargura pero con tartamudeo: «No pu-puedo pensar en ningún momento feliz de mi vida.» A los noventa años, aquella cara de inglés educado en Francia, curtido por el servicio secreto de Gran Bretaña, y admirador de la belleza sutil y enemigo de la vulgaridad, mostraba una frustración que era profética. Tras su muerte, la memoria de Maugham se ha difuminado.

En Gran Bretaña, este escritor silente ha resucitado ahora. Los británicos son maestros en la autobiografía y el cotilleo de calidad. La obra de Robin Maugham es un buen ejemplo de que esa maestría no la abandonan los anglosajones. Los veinte años de conversac lones con su tío Somerset le han dado a éste la dimensión que su exilio en la Costa Azul le robó.

Somerset Maugham era capaz de los mayores odios, pero disfrutaba junto a las personas que odiaba, a las que hacía víctimas de su ironía cruel y de su defe nsa impertinente. El autor de tantos libros parecía siempre ocultar, como un cangrejo venenoso (la expresión es de su sobrino), algún secreto radical.

El secreto, en muchos casos, era su inclinación homosexual, que si por una parte le produjo la satisfacción de tener un compañero inseparable, que superó con alcohol el malhumor permanente del novelista, por otro lado le aportó algo esencial: los personajes, los argumentos de su obra. Haxton era el encargado de buscar entre las escenas que vivían ambos a aquellas figuras que podrían servir de tema para los escritos del maestro. Mientras el secretario hallaba los argumentos, Maughan esperaba en la sala, silencioso y apesadumbrado, el hombre más triste del mundo. Al final de su vida, ninguna de aquellas historias le llegó a interesar, ninguna tenía importancia: la muerte era lo único que dominaba su mente, como un deseo y como un rechazo. Su mejor novela, en realidad, estaba formada por las contradicciones de su vida. Su sobrino ha recogido, usando un curioso sistema de watergate familiar, lo que Somerset Maugham no se atrevió a descubrir. Robin no ha escrito la novela que Somerset Maugham hubiera elaborado, pero ha hecho la historia de la frustración de una vida que a los ojos de sus contemporáneos parecía plena y de color de rosa.

El autor de tantos libros «hubiera preferido no escribir ni una sola línea a lo largo de su vida.» La literatura «no me ha aportado otra cosa que miseria. Cualquiera que me haya conocido bien ha terminado odiándome. Toda mi existencia ha sido un fracaso». Desde 1965, la fecha de su muerte, una fama que fue legendaria se ha extinguido.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_