Macho alfa

Tanta expectación para esto, para ejercer el oficio más antiguo del mundo: el de conservador católico de talante autoritario que hace de su capa un sayo. Incluso a los espíritus reticentes nos provocó en un primer momento cierta fascinación. Reconozcamos esta humana mezquindad: los prepotentes siempre despiertan más respeto que los humildes. El macho alfa. Ahí está, sin poder evitar que su verdadero ser se haga cada día más evidente: el hombre bajito que eleva la barbilla para añadir centímetros a su talla moral, el político que se preocupa por la felicidad de los ciudadanos, el que señala cómo el abandono de la fe les ha dejado huérfanos de esperanza, el que reúne alrededor de su trono a los padres de todas las iglesias porque Dios debe volver a la cosa pública, el que saluda a Condoleezza Rice como si le fuera a pegar un bocado en la yugular, el que abraza al Rey como si fuera su primo, el que chafardea con Chávez, el que se solidariza con Uribe, el que cruza el mundo para rescatar a unas azafatas y se baja del avión como si las hubiera amado a todas en el trayecto; ése, el nervudo varón, aquel al que le dice Zapatero, con indisimulada emoción, "¡Siempre salimos juntos en la foto!"; el hombre que le besa la mano al Papa y que tras la reverencia al Pontífice enseña al mundo a esa tía tan buena que se ha ligado, una más joven, más guapa que la de su anterior Administración, con deseos evidentes de ser primera dama y con un cuerpo escultural, según muestran sus últimas fotos desnuda. Se podría pensar que esto es el mundo al revés, porque los ciudadanos progresistas ven en esta exhibición un signo de prepotencia y los conservadores le ríen la gracia, pero no, esto es muy viejo, señores, es el estilo del autoritario que se toma a cachondeo esa vieja norma democrática de practicar con el ejemplo.
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