Mal rollo

Los dirigentes del PP salivan ahora con la crisis económica como en su día salivaban con la supuesta ruptura de España o con los éxitos imaginarios de ETA. Decepcionadas ambas expectativas, han puesto su confianza en la ruina financiera de esta nación a la que tanto aman (sorprende que no hayan explotado aún las posibilidades fúnebres de la gripe aviar). Rajoy cree que sólo puede ganar si perdemos todos, posición moral difícil de vender por repugnante y porque sus profecías apocalípticas anteriores han resultado un fiasco. Viendo a Arias Cañete vociferar sobre la necesidad de poner en marcha un "decreto brutal" a los cuatro días de que la Iglesia clamara contra el divorcio y contra la extensión de derechos (por no hablar de la satanización de los adolescentes, acusados de provocar a los pobres pederastas), comprendía uno que, digan lo que digan las encuestas, tienen las elecciones perdidas.
Lo que no significa que los cenizos no gusten. Gustan y gozan de prestigio entre la población, pues hay gente que necesita una ración diaria de desastre, una dosis cotidiana de cabreo, una cuota matinal de mierda. Y esto ocurre en todos los ámbitos (cuando yo comencé a escribir novelas, por ejemplo, me dijeron que se trataba de un género muerto). Pero en situaciones de prosperidad relativa como la que vivimos en esta parte del mundo, al portador vocacional de calamidades se le suele asignar, como mucho, un papel de vacuna. De acuerdo, que nos insuflen unos gérmenes episcopales muertos para que el cuerpo social reaccione y acumule defensas. En cierto modo, el PP viene jugando un papel homeopático que Acebes, tan virulento él, no podía ni imaginar. Les damos las gracias y un consejo: quítense del rostro, aunque sea con cirugía estética, esa expresión de ansiedad que tan mal rollo produce en el contribuyente tranquilo.
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