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Tribuna
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Mayorías

Este es un país en el que las minorías no saben lo que quieren, pero están dispuestas a utilizar todos los medios para impedir que las mayorías sí lo sepan. Es el único territorio que conozco regido por las leyes de la oferta y la demanda en el que se recela del gusto de las masas, siempre es necesario justificar los fervores del público y mucho más importante que el éxito de taquilla es el guiño de los intelectuales de guardia.Las muchedumbres que se forman a la entrada del Museo de¡ Prado están equivocadas: los museos gratuitos son un desatino cultural. Esas series de televisión clamorosas resultan altamente nocivas para la salud de las mayorías silenciosas: desbarran los aplastantes índices de audiencia, son una alucinación estadística que no refleja el verdadero sentir de los espectadores españoles. Los puestos principales en las listas de best seller, los rankings de venta, los hit-parades de la fama no sólo suelen ser productos estéticos deleznables por su carácter populachero; por lo visto, también carecen de tratos con la verdadera cultura popular: esa dudosa y bostezante actividad pedagógica que ni siquiera llena las mesas redondas construidas en la era de la resistencia. No hay nada más sospechoso, desde el criterio intelectual, que una sala de cine repleta durante cuatro o cinco meses o un libro que acumula reimpresiones.

Vivimos en una sociedad de consumo con todas las consecuencias, aunque seguimos proclamando con gesto arrugado de la Escuela de Francfort que consumir es pecado. Le hacernos pagar al público la entrada y después le decimos que no tiene razón. Se nos llena la boca cultural con el adjetivo popular y cuando acontecen los llenazos populares, adoptamos la actitud olímpica de Ortega en La rebelión de las masas. Perseguimos el oscar, pero cuando se lo dan a Garci ponemos cara de Ghandi.

Tenemos una mayoría que actúa como minoría -que misteriosamente sigue hablando el lenguaje del didactismo preindustrial- y una minoría medieval que se cree el espíritu de las muchedumbres posindustriales. Consideramos que las colas están equivocadas en sus gustos. Pero el gusto de la modernidad es el espectáculo de las masas. Olvidamos que, si la gente no quiere ir, nadie la detendrá.

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