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Columna
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'Mendimia'

Rosa Montero

En estos días primeros del otoño está empezando en España la vendimia. La semana pasada estuve en La Rioja y vi el siguiente letrero, anotado a mano en un papel y pegado a la pared de un bar: "Se ofrece cuadrilla para la mendimia con vehículo propio". La letra era buena y regular, propia de quien escribe mucho, y la frase estaba perfectamente construida y usaba una formulación más bien culta. Por ejemplo, ponía vehículo, con su hache intercalada, y no coche, que hubiera sido más sencillo y coloquial. Era evidente que el cartel lo había redactado una persona educada que quería ofrecer un mensaje profesional y competitivo. Pero en mitad de todo ese conocimiento y ese cuidado se le había colado una errata reveladora, esa mendimia tan conmovedora y elocuente que brillaba en el centro de la frase como una gota pura de realidad y que evidenciaba el origen no hispanoparlante del autor del texto.

Se diría que ese gazapo simboliza las dificultades de integración de los emigrantes, el callado y tenaz sobreesfuerzo que han de emplear para cada pequeña conquista, su precariedad vital. Mi padre, que era torero profesional, solía ir en los inviernos, cuando se quedaba sin trabajo porque no había corridas, a recoger fresas a Francia. De manera que él también fue una especie de mendimiador, como tantos otros padres y abuelos españoles. En estos momentos de crisis económica, en España nos estamos jugando algo aún más importante que nuestro bolsillo: nos jugamos el futuro social, la construcción de una convivencia heterogénea e integrada. Es la primera vez que padecemos una crisis siendo un país de inmigrantes: ojalá sepamos estar a la altura de este reto y logremos evitar la xenofobia. Ojalá no olvidemos lo que somos, lo que fuimos, y podamos seguir entendiendo todo lo que significa escribir mendimia.

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