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Columna
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Miedo

Rosa Montero

El otro día me espantó leer un reportaje sobre la violencia y corrupción de la policía argentina. Al parecer comete secuestros, extorsiones, asesinatos. Un 61% de los argentinos cree que los policías están involucrados en el crimen, y el 15,6% ha tenido que pagarles sobornos. No me esperaba una situación tan mala. No se lo merece ese país espléndido.

Un diplomático español me dijo hace años que, cada vez que pisaba un país nuevo, se fijaba en dos detalles para hacerse una rápida y rudimentaria idea de su nivel de desarrollo: la salud dental de sus habitantes y la cantidad de pintura que se empleaba en las carreteras. Me pareció una observación ingeniosa, porque esos dos valores son como puntas de iceberg de estructuras económicas y sociales mucho más complejas. Viendo lo de Argentina pensé que había otro valor con el que medir el nivel de democracia de un país: la intensidad del miedo que experimenta la población hacia sus fuerzas de seguridad. Crecí en la dictadura de Franco, y puedo dar fe de que la policía, los grises, nos aterraban a todos. No solo a los progres, sino a la práctica totalidad de la ciudadanía. A todos se nos encogía el corazón cuando nos pedían el carné: no se puede confiar en las Fuerzas del Orden cuando defienden un orden arbitrario. Y uno de los síntomas más claros del profundo cambio democrático español es justamente ese: hoy nos fiamos de la policía, nos tranquiliza su presencia. Hemos recorrido un largo camino hasta llegar a esto. En la hermosa Argentina, en cambio, tienen una policía aterradora. Todos sabemos de los excesos del Gobierno de la siliconada Kirchner (su acoso a los periódicos, por ejemplo), pero estos polis de película de terror pueden dar una idea aún más precisa del nivel de abuso, del deterioro democrático al que están llegando. Cuando la justicia flaquea, engorda el miedo.

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