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Columna
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Nadie

La versión no desmentida es que Aminetu Haidar, al regresar a El Aiaún y con su pasaporte en regla, escribió en el formulario y en el apartado de nacionalidad "Sáhara Occidental". No escribió Haidar "Abajo Marruecos" ni "Viva la República Saharaui" ni nada que pudiese ser considerado ilegal. Se limitó a poner en papel el nombre indiscutible de la tierra en la que nació y que habita.

Ese gesto caligráfico motivó la retención (substracción) de su documento personal e intransferible y, a continuación y contra su voluntad, fue embarcada en un vuelo que la condujo al éxodo. La autoridad de seguridad del Estado que debe velar por sus derechos y por su seguridad la desposeyó de derechos y seguridad y la expulsó de su propio hogar, amputándole hijos y familia, condenándola en la práctica a la condición de Nadie. "Mi nombre es Nadie", responde el Odiseo cuando el furibundo Cíclope intenta identificar a quien ha neutralizado su poderosa mirada panóptica, el ojo que todo lo ve, precedente clásico del ojo que todo lo controla en la tan realista pesadilla que describe el 1984 de George Orwell.

Es decir, quien quiso anular a Haidar reduciéndola a ser Nadie la transfirió, en su ceguera, a la naturaleza de ser Todos. Porque ahora nadie, viva donde viva, y crea lo que crea, y a poco que razone, puede compartir la arbitrariedad prepotente del cíclope estatal. Es hasta cierto punto esperanzador el ver cómo a lo largo de la historia muy poderosas maquinarias descarrilan ante la frágil tenacidad de una madre coraje. De repente, toda la retórica grandilocuente de las altas instancias pierde el sentido ante el susurro de la verdad. Las palabras olvidadas, desahuciadas, incumplidas de la justicia internacional van a enjambrar en la boca hambrienta de Nadie.

Haidar era una activista. Ahora es mucho más fuerte. Un ser humano que encarna una parábola. La segunda expulsión del pueblo saharaui.

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