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Columna
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Objetividad

A lo largo de mi vida he recibido unas cuantas cartas de lectores en las que me criticaban utilizando un mismo y peculiar argumento: "Siempre te he leído y me han gustado tus artículos", venían a decir, "pero últimamente estás perdiendo la objetividad". Resulta curioso comprobar cómo los humanos tendemos a creer que las ideas de los demás son eso, ideas, opiniones personales y subjetivas, mientras que nuestras propias ideas son pura y simplemente la verdad, la realidad más objetiva e indiscutible.

Este sentido patrimonial del mundo es el mismo que veo en la actitud del PNV tras las pasadas elecciones. Verán, la democracia implica aceptar la posibilidad real de dejar el poder; ya sé que esto es una perogrullada, pero es que los peneuvistas parecen haber reducido el sistema a una fórmula ornamental y pensar de hecho que ellos son el único grupo legitimado para mandar en el País Vasco. De otro modo no se entiende que hablen de "golpe institucional", de "atenerse a las consecuencias" y demás farfullas antidemocráticas. Porque ellos no encarnan la objetividad y los demás la excepcionalidad. Y, desde luego, ellos no son más vascos que los otros. Por otra parte, que la lista más votada no sea la que termine gobernando es algo absolutamente normal en nuestra vida política. Se ha hecho muchas veces, y el propio PNV se ha beneficiado en varias ocasiones de pactos así.

En realidad, el cambio era una obviedad, una necesidad. Ningún partido puede estar 29 años seguidos en el poder sin terminar dañando a la sociedad e incluso a sí mismo. Por todos los santos, ¡si la dictadura de Franco, que a todos nos pareció tan eterna como las pirámides de Egipto, duró solamente seis años más! La mitad de los vascos actuales no han conocido otra cosa en toda su vida. Eso no es democrático. Ni normal. Ni objetivo.

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