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Columna
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Otoño

Ya saben que, con el asunto de la gripe A, nos están repitiendo hasta la saciedad que tenemos que lavarnos las manos a menudo y a fondo. Las farmacias están poniéndose las botas vendiendo esos líquidos desinfectantes que no necesitan aclarado, un producto que, por cierto, ha doblado su precio en los últimos meses (hay que ver lo rentable que es el miedo), y el otro día el Ministerio de Sanidad dijo que, para limpiarse bien, hay que estarse frotando durante el tiempo que tardas en cantar dos veces Cumpleaños feliz. Y el caso es que, desde que escuché esa recomendación, me ha estado obsesionando una imagen turbadora: veo venir unos meses duros y agobiantes con más desempleados cada día, pero, eso sí, todos musitando aplicadamente la simplona y alegre cantinela.

Verán, la ONU acaba de denunciar que cada vez hay más violaciones de niñas en las guerras. Además, la crisis económica galopa y corta el viento, pero, pese a las estrecheces, resulta que el comercio de armas sigue fenomenal en todo el planeta; por ejemplo, un país en vías de desarrollo como Brasil se acaba de gastar, de la mano de Lula (¡Lula!), 8.700 millones de euros en armas: para las máquinas de matar no hay recortes presupuestarios. Otrosí, por lo visto dentro de 30 años habrá desaparecido el hielo de los casquetes polares. Y, por último, en este mundo en el que se supone que no existe la esclavitud, hay 12 millones de trabajadores forzosos, verdaderos esclavos, por impago de deudas. Son sólo cuatro pequeñas pinceladas de la que está cayendo, dicho sea sin entrar en el territorio de lo patrio, que ya es para exiliarse. Y, mientras tanto, en la tristura de los fríos y la oscuridad y la gripe crecientes, nosotros venga a restregarnos las manos como posesos mientras canturreamos Cumpleaños feliz (dos veces) en los lavabos. Que tengan un buen otoño.

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