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Branca dos Santos

La 'banquera del pueblo' de Portugal

Branca dos Santos, 74 años, es en estos días la portuguesa más famosa del mundo. Parece una abuelita de buena familia, de las que conservan el hábito de la misa matutina, son queridas de los niños y saludan a todos con una sonrisa cariñosa. Pero anda rodeada de guardaespaldas con aire de matones y cuando llega a su con consultorio se para la circulación y centenas de personas se precipitan para verla y tocarla entre gritos y empujones: dicen que por sus manos regordetas y bien cuidadas han pasado ríos de dinero, y un vulgar papelito con su firma vale más que los pagarés del Banco de Portugal. Es doña Branca, la banquera del pueblo, hada buena de los necesitados; una santina, según el fervor popular; una de las mayores estafadoras de todos los tiempos, según sus pocos pero despiadados adversarios.

Doña Branca no se parece en nada a las deslumbrantes banqueras de la pantalla. Bajita, regordeta, lleva gafas oscuras y el pelo, blanco y bien cuidado, recogido en un moño discreto, como conviene a una señora de más de 70 años. Viste con sencillez, pero con cierta elegancia: un conjunto, estampado negro y rosa, el día de su reaparición pública; un abrigo de pieles, en invierno; unas joyas también discretas, pero de valer, y toda su persona da la imagen de una riqueza sin ostentación, que es habitual en quien no conoció nunca los apuros económicos. No se pinta y aparenta los años que tiene, pero cuando sonríe, y lo hace a menudo, su rostro se anima de una alegría muy juvenil, sus ojitos vivos tienen un brillo malicioso y sus labios descubren un diente un poco saliente que la hace parecerse a un conejito travieso.Es la simpatía en persona, y desde que ocupa la primera plana de la Prensa portuguesa no se ha encontrado alguien para hablar mal de la buena señora. Bastó su presencia para deshacer como por encanto la angustia, -bien visible- en los rostros de las muchas personas que esperaban ansiosamente la reapertura de sus oficinas de Lisboa para saber del destino de los ahorros confiados a la banquera del pueblo.

"Es la mujer más honesta de Portugal"; "es más importante que el primer ministro"; "he venido del norte del país, pero me voy tranquila porque he podido verla, sé que está bien y aquí no ha pasado nada", eran los comentarios que se oían a la puerta de doña Branca el pasado lunes.

Pero ¿quién es realmente Branca dos Santos? Los datos conocidos son muy pocos y no justifican, a primera vista, la confianza ciega de miles de personas que le entregaron sin la más mínima garantía legal millones de pesetas. Ella se describe como "una solterona que no perdió nunca la ilusión de hacer el bien", católica practicante que teme a Dios y vive en conformidad con las virtudes burguesas y los mandamientos de la Iglesia. "Una persona seria, que no creó nunca problemas a nadie", dicen los vecinos de la casa, modesta pero confortable, donde vive, en un rincón apacible de Lisboa. No se le conocen parientes más próximos que unas sobrinas, primas o ahijadas jóvenes que le hacen compañía. Doña Branca come en casa y, como todos los portugueses, no se pierde la telenovela brasileña de la sobremesa de la noche.

No reveló nunca la verdad de sus negocios, pero sus ex colaboradores dicen que no es persona de mucha cultura, y algunos. afirman incluso que es casi analfabeta, afirmación poco verosímil a juzgar por la manera simple, pero correcta, de hablar. No se le conocen grandes propiedades, y las llamadas casas de doña Branca -un chalet en una playa modesta, al sur de Lisboa, y otra en un pueblo rural, a unos 25 kilómetros al norte de la capital- están a nombre de unas primas o sobrinas: son de esas casas sin características, como las construyen los emigrantes portugueses que trabajaron unos años en Francia: grandes, sólidas y más bien feas.

En su pueblo natal tampoco se recogen elementos para enriquecer una biografía: siempre fue una mujer seria, de una familia acomodada; su padre también "tenía el mismo negocio"; nunca faltaron a su palabra; son respetados y queridos porque, "en caso de desgracia, siempre se podía acudir a ellos". No saben tampoco decir por qué no se casó: en los pueblos, donde todo se sabe, hay siempre un enorme pudor para revelar las historias íntimas a los forasteros. Pero sí oyeron decir que doña Branca tuvo un caso de amor con un señor importante del antiguo régimen, un banquero para más precisiones, que, si vive aún, debe tener ahora sus 90 años. Si fue el que inició a Branquinha en los secretos de los negocios y le enseñó cómo repetir con billetes de banco el milagro evangélico de la multiplicación de los panes, nadie lo sabe, sino únicamente que eran muy amigos.

De la generosidad de doña Branca todo el mundo conoce ejemplos: de los coches ofrecidos a sus colaboradores, de mucho dinero prestado sin interés y sin garantías para pagar una hipoteca vencida, salvar de la quiebra a un pequeño empresario o a un comerciante en apuros.

El futuro se encargará de revelar lo que hay detrás de este personaje, que parece una reencarnación del popular bandido portugués Ze del Tejado (Ze do Telghado).

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