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Columna
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Pesadilla

Manuel Vicent

La sede del Tribunal Constitucional tiene por fuera la forma de un cono truncado y se puede imaginar el interior como un laberinto de pasillos circulares que va a dar en una sala de juntas, una especie de huevo insonorizado, donde se reúnen a dilucidar 12 magistrados. La tarde aciaga en que empezó todo, sólo 10 magistrados del alto tribunal se encontraban allí dentro, puesto que uno había sido recusado y otro ya había muerto, con lo que ambos se libraron de la pesadilla. Al final de la jornada todos los funcionarios judiciales, incluidos los bedeles y el personal de la limpieza, habían abandonado el establecimiento con absoluta normalidad. El edificio se hallaba vacío. Sólo quedaban los 10 magistrados reunidos alrededor de una mesa en el interior del huevo insonorizado examinando un único y eterno recurso. Llegó un momento en que uno de ellos, el más prostático, tuvo necesidad de ir al lavabo. Fue el primero en darse cuenta de que había sido cegada la puerta que daba al pasillo. Antes de comunicar este hecho insólito a sus colegas se restregó los ojos por si se trataba de una alucinación, pero después de examinar toda la pared circular llegó a la conclusión de que el recinto había quedado absolutamente hermético, sin salida posible. Al principio sus colegas no dieron crédito a este extraño suceso; luego uno detrás de otro abandonaron las poltronas y comenzaron a sacudir con el puño crispado todos los tabiques gritando. La sorpresa se convirtió en angustia cuando comprobaron que habían desaparecido no sólo las puertas y ventanas, sino también los huecos de la ventilación y del aire acondicionado. Se hallaban dentro de un huevo de hormigón, cuyo espesor era tan compacto que los móviles habían quedado sin cobertura. Estaban incomunicados. Si los magistrados no podían salir, lógicamente nadie podría entrar nunca en su ayuda. Funcionaba una sola bombilla, que en este caso sirvió para iluminar la cara de pánico que pusieron todos cuando el presidente del tribunal calculó el tiempo que tardaría en agotarse el oxígeno de la sala. Precisamente fue el propio anhídrido carbónico el que les hizo perder la memoria y la noción de las cosas. Sucedió hace más de tres años y los ciudadanos no saben todavía si los magistrados están vivos o ya han muerto.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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