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Columna
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Plazas de Verdad

Manuel Rivas

En la Grecia antigua había caminos que desembocaban de repente en lo que llamaban el "prado de Aletheia". El lugar de la verdad. Aletheia tiene dos raíces: a (sin) y lethia (ocultar). Así que la verdad no sería un dogma mutante, sino el espacio de las preguntas, donde no hay ocultación. Eso es lo que significan hoy en España los campamentos de los Indignados. Hasta ahora han sido un modelo de autoorganización situacionista: las plazas como unidades de emoción e imaginación, factorías de palabra insurgente: "Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir". Y también, por qué no, de fiesta, esa "segunda vida del pueblo". Por eso han empezado los palos para desalojarlos, alegando razones de urbanidad. Creo que el verdadero problema de higiene, e incluso de hedor y pestilencia, hay que detectarlo en algunos de los resultados electorales. Por ejemplo, el festejado incremento de los votos a las listas donde figuraban presuntos notorios corruptos y el crecimiento como la espuma de otras encabezadas por racistas. Ahí están las declaraciones de un triunfador innombrable: "Un moro siempre será un moro, nunca será español". En este país, donde todavía no se ha pedido perdón por la expulsión de los judíos y los moriscos, el virus racista puede convertirse pronto en una pandemia. Ya empiezan a oírse discursos tóxicos en personajes contagiados. ¿Por qué no interviene el fiscal en estos casos? ¿Por qué no se escudriñaron esas candidaturas de corte xenófobo? Una especie de Ogro, el "monstruo dulce" le llama en un libro Raffaele Simone, se está imponiendo en Europa. Si acaba por derrumbarse la izquierda, el "monstruo" será cada vez más amargo. Dicen que ya no hay ni programa. Que empiecen por el Decálogo del Obrero que Morato escribió hace cien años, con un primer punto: "Instruirse y combatir la ignorancia". Luchar contra la ocultación. Por eso son tan necesarios los prados de la verdad.

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