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Columna
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Polainear

Rosa Montero

Acaba de acuñarse un nuevo verbo en español: polainear. Que significa: decir cosas incultas y retrógradas movido por una honda nostalgia del Jurásico. Una de las (pocas) cosas que me enorgullecen de este país es nuestra profunda tolerancia en las cuestiones personales. Tras décadas de represión y pacatería durante el tiempo de hierro del franquismo, la sociedad española floreció de golpe y se transmutó en abierta y permisiva. Y así, aparecieron programas familiares de televisión, programas estrella del sábado noche, presentados tan tranquila y normalmente por una transexual, la espléndida Bibiana, sin que nadie se rasgara las vestiduras; y podía suceder que un alto cargo del Gobierno ejerciera su cargo manteniendo dos casas, dos mujeres y distintos hijos sin que ello suscitara escándalo alguno. En los treinta últimos años, la sociedad española ha sido una isla de modernidad y de cordura, un ejemplo del respeto a las opciones de vida individuales, así fueran casarse de blanco en los Jerónimos, divorciarse tres veces, ser homosexual o tener varios amantes. Éste es uno de los países menos puritanos de la Tierra.

O lo era. Así como estamos perdiendo los modales y nos insultamos necia y fácilmente los unos a los otros por opinar distinto, también parecería que se nos están encogiendo las entendederas morales y que cada vez estamos más timoratos, meapilas y polainos (también puede utilizarse de adjetivo). Tomemos, por ejemplo, ese tonto escándalo que se montó hace poco sobre la aparición de un amante de Lola Flores. Durante semanas, los flácidos programas del corazón han debatido de modo interminable la indecencia de tener un amante, el oprobioso baldón que suponía en la memoria de Lola y otras mentecateces por el estilo que jamás se habrían suscitado hace diez años.

Todo esto es un síntoma de la ola retrógrada que nos invade. A estas alturas los fundamentalistas puritanos se sienten tan fortalecidos que se atreven a declarar barbaridades contra la ciencia y la razón, como Polaino, e incluso damos bolilla a esas boberías y las discutimos en serio, en vez de sonreírnos ante la payasada. Que es lo que sin duda habríamos hecho antes.

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